Un fragmento poco conocido de la historia del pensamiento español sobre la traducción: años 40, 50 y 60 del siglo XX

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1. Introducción1

En la historia de la reflexión española sobre la traducción ocupa un lugar destacado –quizás aún hoy en día el más destacado de todos, si atendemos a su difusión internacional – el ensayo de José Ortega y Gasset, Miseria y esplendor de la traducción. Esta obra fue presentada de forma seriada en el periódico La Nación de Buenos Aires entre los meses de mayo y junio de 1937. Tres años más tarde fue incluida, junto a otros dos ensayos, en El libro de las misiones. Se trata, como algunos estudiosos se han ocupado de señalar (así, por ejemplo, Santoyo 1999), de una obra excesivamente valorada, probablemente por la talla de su autor, y que, en sentido estricto, ha ejercido escasa influencia en la teorización posterior. Hay que decir que, en realidad, la cuestión traductológica propiamente dicha ocupa poco lugar en sus páginas. En demasiadas ocasiones nos encontramos con consideraciones muy personales, poco contrastadas o, por el contrario, excesivamente deudoras de autoridades anteriores (sobre todo de Humboldt y Schleiermacher). Resulta curioso que otro de los estudios españoles más importantes, Breve teoría de la traducción (reeditado como Problemas de la traducción), de Francisco Ayala, fuera publicado pocos años más tarde (1946-1947) también en el diario La Nación y de idéntica forma (seriada, en forma de artículos). Tras aquellos dos hitos, durante las tres siguientes décadas, fueron escasos los trabajos dedicados en España al tratamiento de los aspectos teóricos de la traducción, si bien cabe rescatar algunos, hoy olvidados, y de los que nos ocuparemos en estas páginas. Se tratan, en su mayor parte, de apuntes que versan sobre aspectos lingüísticos de la traducción, con clara preponderancia de los que se acercan a ella como herramienta de aprendizaje de las lenguas clásicas y que hacen alusión a cuestiones metodológicas en el aula. Nuestro propósito es realizar una modesta excursión arqueológica que sirva para recuperar las aportaciones que se presentaron antes de que, a mediados de los años 70, coincidiendo con la apertura de las primeras escuelas universitarias de traducción, se iniciara una producción científica mucho más sistemática y consistente.

2. Aproximaciones históricas

Si bien aquí no nos ocuparemos de ellas con detenimiento, cabe señalar que, además de estas contribuciones que podríamos denominar « teóricas », hubo en los años 40, 50 y 60 algunas otras relevantes, de corte histórico. Así, por ejemplo, J. F. Montesinos publicó en 1955 un catálogo de traducciones, precedido de un estudio en el que se presta atención a la influencia extranjera en el desarrollo de la novela decimonónica española (Introducción a una historia de la novela en el siglo XIX. Seguida del esbozo de una bibliografía de traducciones de novelas). De todos modos, el grueso de los estudios históricos se centra en el análisis de la época medieval. Así, tenemos los que a la (mal) llamada Escuela de traductores de Toledo dedicó el historiador Gonzalo Menéndez Pidal – hijo del insigne filólogo Ramón – desde las páginas de la Nueva Revista de Filología Hispánica en un trabajo de 1951 que llevaba por título « Cómo trabajaron las escuelas alfonsíes ». En 1952 Ramón Menéndez Pidal presentó – como conferencia de clausura del « Curso para extranjeros en Segovia » – un texto que se titulaba « España y la introducción de la ciencia árabe en Occidente » y que después incluiría en la obra España, eslabón entre la cristiandad y el Islam (1956) y también en el primer volumen de España y su historia (1957).

Son igualmente destacables los trabajos firmados por José María Millás Vallicrosa, historiador y filólogo arabista y hebraísta, además de traductor. Este insigne estudioso, que desarrolló su carrera profesional en la Universitat de Barcelona, es el autor de una treintena larga de libros, en los que se ocupó de investigar las influencias de la poesía andalusí en la literatura medieval, la historia de la ciencia en al-Andalus (principalmente, en el espacio catalán) y la influencia de las matemáticas y la astronomía andalusíes en el panorama científico europeo. Tradujo a numerosos autores medievales de expresión andalusí, hebrea o latina, pero también a escritores contemporáneos como Hayim Nahman Bialik, que se convirtió en el poeta nacional de Israel. Sus aportaciones en el ámbito específico que a nosotros nos incumbe se centraron en el estudio de la traducción de textos árabes de temática científica en la Baja Edad Media, que presentó a lo largo de una dilatada carrera que abarca desde los años 40 a los 60 (pero que cuenta ya con una temprana contribución en 1933 sobre las traducciones alfonsinas) y que fue publicando en revistas como Al-Andalus o Sefarad. Esa contribución, titulada « Literalismo de los traductores de la corte de Alfonso el Sabio », se incluía, precisamente, en el primer número de Al-Andalus, la revista de las Escuelas de Estudios árabes de Madrid y de Granada y que se mantuvo operativa hasta 1978. Tanto estas Escuelas como la propia revista eran dirigidas por dos de los principales arabistas de la época, Miguel Asín Palacios y Emilio García Gómez, con los que comparte espacio Millás Vallicrosa en este número fundacional. Otras aportaciones suyas, en la misma revista, fueron, por ejemplo, las dedicadas en 1943 y 1948 a las traducciones de los tratados de agricultura de los toledanos Ibn Wafid e Ibn Bassal, nacidos, respectivamente, a principios y finales del siglo XI. En 1959 presentó una colaboración sobre la traducción catalana de las tablas astronómicas (1361) de Jaco ben David Yamtob de Perpiñán en otra revista de gran prestigio, Sefarad, la cual había iniciado su andadura en 1941 en el seno de la Escuela de Estudios Hebraicos de la mano de Francisco Cantera Burgos y del propio Millás Vallicrosa. Hoy en día continúa siendo referencia obligada en los estudios hebraicos y sefardíes. Otras aportaciones a la historia de la traducción, esta vez en forma de libro, son, por ejemplo, La poesía sagrada hebraicoespañola (1940), Las traducciones orientales en los manuscritos de la Biblioteca Catedral de Toledo (1942) o Selomó Ibn Gabirol como poeta y filósofo (1945). También encontramos contribuciones puntuales en algunas recopilaciones de trabajos suyos, como son Estudios sobre historia de la ciencia española (1949) y Nuevos estudios sobre la historia de la ciencia española (1960), en los que incluyó sendos estudios sobre las traducciones de la obra astronómica del importante intelectual judío andalusí Ibn Ezra o sobre las traducciones científicas de origen oriental hasta el siglo XII.

Hubo igualmente las aportaciones de José Llamas sobre las traducciones bíblicas al castellano, publicados a lo largo de los años 40 y primera mitad de los 50 en revistas como Estudios Bíblicos, Sefarad y La ciudad de Dios y que culminaron en 1950-1955 con la edición de Biblia medieval romanceada judeo-cristiana. Versión del Antiguo Testamento en el siglo XIV, sobre los textos hebreo y latino a partir de un manuscrito preservado en la biblioteca de El Escorial. José Llamas fue un erudito hebraísta, que ejerció numerosos cargos en la Basílica del Escorial (rector, prior, regente de estudios y consejero provincial, además de profesor) entre 1930 y 1958, antes de verse forzado a retirarse a México. Entre 1959 y 1966 desarrolló su habitual labor de enseñanza de las Sagradas Escrituras en el Seminario agustiniano de San Luis de Potosí. A su regreso a España, continuó ejerciendo como profesor en El Escorial hasta 1973.

Por su parte, la hispanista italiana Margherita Morreale, que se especializó en el estudio del Humanismo, el erasmismo y las relaciones italoespañolas en el Renacimiento, publicó en 1949 una monografía sobre el humanista y traductor Pedro Simón de Abril (conocido principalmente por su traducción de Aristóteles, pero que también se ocupó de Terencio, Esopo, Platón, Eurípides, Aristófanes y Cicerón). En su obra Castiglione y Boscán: el ideal cortesano en el Renacimiento español (1959) trató, evidentemente, la traducción que el segundo hizo del primero. En forma de artículo publicó numerosos trabajos a finales de los años 50 y comienzos de los 60 sobre las traducciones bíblicas medievales al castellano y al catalán, sobre Enrique de Villena, etc.

El ámbito de la traducción bíblica se mantuvo bien vigente en las décadas de los 60 y 70, gracias a las numerosas aportaciones de quien probablemente ha sido su mejor conocedor español, Luis Alonso Schöckel, profesor en el Instituto Bíblico de Roma, que complementó su labor investigadora con la práctica traductora, preparando, en colaboración con Juan Mateos, Salmos y Cánticos del Breviario (1966), además de la Nueva Biblia Española (1975). Sus eruditos conocimientos sobre las exigencias de la traducción bíblica y sobre su historia quedan condensados en la obra La traducción bíblica. Lingüística y estilística (1977), preparada en colaboración con Eduardo Zurro.

3. Aproximaciones teóricas

Estudiaremos a partir de aquí casi una veintena de aportaciones teóricas, presentadas por una docena de autores, desde comienzos de los años 40 hasta mediados de los 70. Cabe señalar que aquellos interesados en otras aportaciones coetáneas y también anteriores pueden acudir a la antología de Toro Santos y Cancelo López (2008), la cual recoge una cuarentena larga de crónicas que sobre la traducción se publicaron en la prensa española entre 1900 y 1965. Tales aportaciones son evidentemente breves y por el propio contexto en que se inscriben no tienen ambición de perdurabilidad. Toro Santos y Cancelo López dividen su obra de forma bipartita, atendiendo a la temática: teoría de la traducción (con quince aportaciones) y crítica de la traducción (diecisiete). En el caso de la teoría se trata de contribuciones publicadas muy principalmente en el diario ABC, por redactores muy conocidos, como Álvaro Alcalá-Galiano, Enrique Gómez Carrillo, Ricardo Baeza, Felipe Sassone o Francisco de Cossío. Dos de ellas datan de los años 40 y otras dos de los 50, siendo todas las restantes anteriores.

3.1. Nicolás González Ruiz

La primera de las contribuciones a las que prestaremos atención es a la de Nicolás González Ruiz (1897-1967), escritor, crítico literario, periodista y también traductor2. Fue el fundador del periódico El debate, el primero en ser publicado tras la Guerra Civil. A partir de 1939 colaboró como editorialista en el diario Ya hasta su muerte. De su prolífica producción como ensayista cabe destacar la casi treintena de obras biográficas que constituyen la colección Vidas paralelas. Tradujo a diversos autores franceses, en su mayor parte muy secundarios, pero también a Vigny (Stello y Servidumbre y grandeza militar, 1921), así como María Estuardo (1943) de Schiller, Romeo y Julieta y La tragedia de Macbeth (1944) y el Sueño de una noche de verano (1964) de Shakespeare o las Obras completas de Dante (1956).

En el ensayo titulado « Doctrina de la traducción », publicado en Revista de Educación en 1942, defiende que tal « doctrina », ha de reunir cuatro condiciones, por este orden: « (a) saber el castellano, (b) tener sentido estético, (c) tener sentido común, (d) saber [la lengua extranjera] » (1942: 41). En su opinión, muchos de los desaguisados que se pueden encontrar en tantas traducciones proceden de la idea desatinada de priorizar la última condición sobre las demás. González Ruiz defiende la tesis, tantas veces presentada, de que « meta ideal de la traducción es que el texto produzca en el nuevo idioma a los lectores que en él lo lean, un efecto en todo semejante al que producía el texto original a los lectores que en el idioma original lo conocieron » (1942: 41), insistiendo en que esto es aplicable no solo a la idea sino también al estilo. En su opinión, « la tarea de traducir, como toda labor literaria, es fundamentalmente creadora » (1942: 42), por lo que el traductor literario ha de ser, por necesidad, un literato dotado de buen sentido. González Ruiz desestima la dicotomía tradicional entre literal y libre, por entender que ninguna buena traducción puede ser alguna de las dos: « no es literal, porque es puro disparate seguir los textos a la letra. No es libre, porque está fielmente sometida a las calidades de fondo y forma de la obra que se traduce » (1942: 43). Según opina, es por ello que las grandes obras maestras pueden someterse a renovadas traducciones, con el fin último de acercarlas al gusto de la época, lo que equivale a decir que « la traducción definitiva no existe » (1942: 43), si bien ello no impide que, en ocasiones, una determinada traducción pueda erigirse en auténtica obra de creación, como ocurre con la traducción que Boscán hizo del Cortegiano de Baltasar de Castiglione o el Padre Isla con el Gil Blas de Lesage. En términos generales, se puede decir que el ensayo supone a, medidas iguales, tanto una invectiva en contra de los malos traductores, por no respetar las condiciones antes apuntadas, como una apología en favor de los excelentes, a los que considera auténticos creadores.

3.2. Maurice Legendre

Maurice Legendre (1878-1955) fue un intelectual católico e hispanista francés, que dirigió la Casa de Velázquez, centro cultural francés ubicado en Madrid3. Entre sus obras se cuentan aportaciones como Portrait de l’Espagne (1923) o Nouvelle histoire d’Espagne (1938), posteriormente traducidas al castellano. Un interés inicial por Ganivet le llevó a descubrir a Unamuno, quien ejerció una gran influencia sobre él. Como consecuencia de su relación con el pensador salmantino, se familiarizó íntimamente con la geografía de La Alberca, las Hurdes y la Peña de Francia, cuyo santuario consideraba como un símbolo de la amistad franco-española.

En « Diccionarios y traducciones », publicado en el Boletín de la Real Academia Española en 1948, tras un recorrido histórico por las causas que han motivado – supuestamente – una mayor riqueza léxica en castellano que en francés, se detiene a examinar el problema de traducción que plantea la desigualdad de los recursos en el vocabulario. Así, se fija en el caso de objetos o conceptos (lo que hoy denominaríamos términos culturales) existentes en España y no en Francia, para cuyo tratamiento aboga por la conservación; también el de aquellos que, aun careciendo de un equivalente exacto, pueden traducirse con una pequeña diferencia de matiz o adaptarse fonológica y gráficamente; también, el caso, más complicado, de conceptos que son universales, pero que en una de las lenguas implicadas no se ha visto cubierto formalmente, por lo que se ha de recurrir a la perífrasis, con lo que se pierde brevedad y concentración del sentido. El problema radica, según Legendre, en que « la perífrasis no traduce. Da a entender. La perífrasis resulta unas veces pesada, otras veces anémica, otras pesada y anémica. La palabra, en su unidad, encierra fuerza y gracia » (1948: 59). Sin abandonar todavía la cuestión del vocabulario, Legendre llega a la conclusión de que « las obras más dignas de traducirse son también las que menos se pueden traducir » (1948: 60), para pasar a tratar las diferencias semánticas entre los términos « traducción » y « versión » a partir de su origen etimológico. Si bien Legendre alude al hecho de que hay muchas otras cuestiones que pueden dificultar la traducción, y en mayor grado, lo cierto es que no menciona a cuáles se refiere. En el campo específico del vocabulario (aspecto al que, en cualquier caso, consagra su estudio) se hace necesario, en su opinión, desarrollar diccionarios bilingües completos, los cuales habrán de dar « además del inventario de lo traducible, el inventario de lo intraducible, que es lo característico de las lenguas » (1948: 63). El pensamiento cristiano de Legendre, en el que es posible percibir ecos de los planteamientos espiritualistas de autores como Henri Bergson, queda manifiesto en consideraciones como la siguiente: « nuestro proyecto de diccionario hispano-francés completo, delineando la actual frontera entre lo traducible y lo no-traducible, es una vindicación del espíritu de paz y del humanismo » (1948: 67) o cuando afirma que « no habrá humanismo perfecto en el mundo hasta que todos los hombres puedan entenderse directamente, hasta que termine la era babélica » (1948: 66).

3.3. Eduardo Valentí i Fiol

Eduardo Valentí i Fiol (1910-1971) fue profesor de latín en diversos institutos españoles y, en los últimos años de su vida, en la Universitat Autònoma de Barcelona4. Tradujo al castellano, desde el alemán y el inglés, un buen número de obras de filosofía, derecho y literatura. Así, en este último ámbito, Cuentos completos de J. Grimm (1955), Cuentos completos de H. C. Andersen (1958) y Cuentos fantásticos de E.T.A. Hoffmann (1962). Con todo, su mayor actividad traductora se centró en los autores clásicos, principalmente, Cicerón, de quien tradujo al castellano Discursos contra Catilina (1947) y De la vejez (1967) y al catalán Dels deures (1938 y 1946) y Tusculanes (1948-50). Es igualmente destacable su traducción De la naturaleza (1949) de Lucrecio o la del libro primero de Guerra civil (1941) de César. También revisó, para la Fundació Bernat Metge la segunda edición del Brutus (1936) de Cicerón y de Obres menors (1936) de Tácito, que habían sido previamente traducidas por Gurmersind Alabart y por Miquel Ferrà y Llorenç Ribert, respectivamente. Entre sus estudios destacan obras como Ensayos críticos acerca de la literatura europea (1959), Gramática de la lengua latina. Morfología y nociones de sintaxis (1965) o su labor como compilador en Antología de prosistas latinos, que en 1967 había alcanzado ya su décima edición. Se publicaron póstumamente Introducción a la lengua y cultura latinas (1977) y El primer modernismo literario catalán y sus fundamentos ideológicos (1973). Esta última obra consistía en la tesis doctoral que tenía previsto defender, si bien no logró hacerlo por haber fallecido pocos días antes de la fecha prevista para ello.

En Els classics a la literatura catalana (1973) presenta tres trabajos dedicados a la traducción que Carles Riba hizo de la Odisea al catalán en 1919 y 1948, y en los que se sirve de traducciones alemanas, inglesas y castellanas, para defender sus argumentos. Cabe señalar que había sido discípulo de Riba, precisamente, en las aulas de la Universitat de Barcelona. De todos modos, el que a nosotros nos interesa es « La traducción en la metodología del latín », publicado en Revista de Estudios Clásicos en 1950. Allí hace una serie de consideraciones sobre el papel del latín (y más en particular de su traducción) en la formación humanística de los estudiantes de bachillerato, para pasar después a distinguir los tres grados de la traducción en el aula: traducción oral preparada, oral improvisada y escrita, deteniéndose en todos ellos. En lo que respecta a la traducción oral, se inclina por la traducción de textos de cierta extensión, practicando un análisis gramatical que en los estadios iniciales de aprendizaje se limitará al estudio sintagmático para pasar después al de las oraciones compuestas y períodos. La tarea del profesor consistirá en señalar y corregir los posibles errores del alumno en su formulación, de lo que se desprenderá un aprovechamiento para la totalidad del grupo. Valentí Fiol aboga por el uso de textos anotados, siempre que las notas se limiten a simples indicaciones, que no eximan al estudiante de efectuar su correspondiente esfuerzo. Esta posibilidad facilita, por otra parte, el introducir un elemento de gradación que de otro modo sería difícil de conseguir cuando se usan textos reales. El ejercicio de traducción debe servir para ejemplificar las reglas gramaticales que se vayan aprendiendo. En cuanto a los diccionarios, dada la dificultad de su uso, éste debería limitarse a los estudiantes más avanzados, pues los otros deberían hacer uso de vocabularios sencillos que vayan construyendo con ayuda del profesor. En cuanto a la traducción oral improvisada, ésta debe practicarse con mesura y siempre atendiendo, de manera principal, a la estructura de la frase. En lo que respecta a traducción escrita, finalmente, debe destacarse su carácter literario y el hecho de que es un ejercicio que tiene más que ver con el castellano que con el latín, por lo que la solución de las dificultades gramaticales se torna secundaria. Valentí Fiol destaca aquí el hecho de que se trata de un juego de opciones, en el que se han de priorizar unas en detrimento de otras, sabiendo discriminar la importancia relativa de la ganancia y la pérdida. Según sus propias palabras, aquí la noción de fidelidad, si bien debe estar presente en toda traducción, se hace ahora más pertinente, pues « deja de ser fidelidad exclusiva al sentido para convertirse en fidelidad a los valores poéticos, estilísticos y emocionales del original » (1950: 34). Por último, Valentí Fiol se refiere al valor de la traducción inversa o lo que él denomina « retroversión », practicada como ejercicio de control en los primeros grados, en los que se han de fijar nociones elementales.

3.4. Luis Gil Fernández

Luis Gil Fernández (1927) ha sido catedrático de Filología griega en las universidades de Valladolid, Salamanca y Complutense de Madrid. En 2007 fue galardonado con el Premio Nacional de Historia de España por la obra El imperio luso-español y la Persia safávida (2006), de la que ofreció un segundo tomo en 2009. Otras importantes contribuciones suyas han sido, por ejemplo, Censura en el mundo antiguo (1985), Aristófanes (1996), Panorama social del humanismo español, 1500-1800 (1997), La cultura española en la edad moderna (2004), Sobre la democracia ateniense (2009) o De Aristófanes a Menandro (2010). En 1999 recibió el Premio Nacional por el conjunto de su obra como traductor. Ha editado, traducido y comentado críticamente numerosos textos de la Grecia clásica: así, de Sófocles, Antígona. Edipo rey. Electra (1969); de Aristófanes, dos volúmenes de comedias (1995 y 2011); de Luciano de Samósata, Antología (1970); de Platón, El banquete. Fedón. Fedro (1969). También ha firmado una traducción de la Divina Comedia (1991) de Dante y se ha ocupado de dos obras del pensador rumano Eliade Mircea, con sendas versiones de Lo sagrado y lo profano (1967) y Mito y realidad (1968). También ha traducido diversas obras sobre el mundo clásico, de autores como C. M. Bowra, W. C. Forrest, F. van der Meer o Herman H. Scullard.

Entre sus publicaciones destaca, para nuestros intereses, el artículo « La enseñanza de la traducción del griego », publicado en Estudios clásicos (1953-1954). En la parte introductoria de su trabajo, Gil Fernández defiende como hizo Ortega, al que alude que la traducción es una utopía. De ahí, que, en su opinión, « las traducciones nunca puedan suplantar a la lectura de los textos en el original, y de ahí también la necesidad de renovar constantemente las versiones de los clásicos » (1953-54: 325). El grueso del trabajo está dedicado al tratamiento de las condiciones que rigen una correcta comprensión del sentido del texto original y su expresión en la lengua de destino: el conocimiento morfológico de los elementos que integran el párrafo; la comprensión de la relación sintáctica que guardan entre sí; la recta intelección del sentido de los términos; la valoración del orden de palabras desde el punto de vista retórico; la captación de los recursos estilísticos y matices poéticos, la integración del texto traducido dentro del todo de la obra literaria. Con el fin de lograr adecuadamente todo esto, propone, por ejemplo, captar el sentido de los grupos de palabras, miembros de frase o frases enteras, en lugar del de las palabras aisladas; efectuar una comparación con las lenguas conocidas por el alumno, como pueden ser el latín y el castellano u otras lenguas modernas; tomar conciencia de la falta de coincidencia entre los contenidos y representaciones mentales de los vocablos supuestamente paralelos en los dos idiomas implicados; saber determinar – incluso con criterios subjetivos – la importancia relativa de los componentes de la frase original y respetar el orden de palabras griegas, pero sin quebrantar el modo de exposición correcto en castellano; fomentar el ingenio del practicante, con el fin de verter correctamente los efectos estilísticos de la poesía y de la prosa poética; contextualizar desde un punto de vista literario, histórico, institucional o mitológico el párrafo en cuestión, partiendo del convencimiento de que « el comentario históricoliterario es […] tan necesario como el gramatical y estilístico en la enseñanza de la traducción » (1953-54: 339-340).

3.5. José Jiménez Delgado

José Jiménez Delgado (1909-1989) fue un sacerdote que, tras concluir sus estudios de Teología en Roma y de licenciarse y doctorarse en Filología clásica en la Universidad de Barcelona, ejerció como profesor de latín entre 1949 y 1972 en la Universidad Pontificia de Salamanca. Fue director de las revistas Palestra latina y Helmantica. Entre su larga lista de publicaciones pueden mencionarse diversas gramáticas dedicadas al aprendizaje del latín y la obra Latine scripta (1978), en la que reúne muchas de sus contribuciones sobre Filología latina, además de la edición y estudio del Epistolario (1978) de Juan Luis Vives.

Me constan dos aportaciones suyas en el ámbito de la traducción. La primera de ellas queda recogida tempranamente en « La traducción latina », en Revista de Educación (1955). Allí defiende que la traducción consta de dos fases principales: la inteligencia del texto y la redacción en la propia lengua. Con el fin de « captar de una manera segura y fiel el contenido del texto », la primera implica tres etapas sucesivas: « la lectura, el análisis y el manejo del diccionario » (1955: 100). Jiménez Delgado caracteriza lo que denomina « lectura de síntesis », cuya finalidad es « formarse una idea del conjunto y darse idea de la contextura de la frase » (1955: 100). En esta lectura el alumno podrá percibir de qué tipo de texto se trata (lo que hoy conocemos como « tipo textual »), a saber, una narración, descripción o demostración. Según indica, siguiendo las recomendaciones también efectuadas por Manuel Bové, es importante que la lectura la haga en voz alta el profesor, el cual aprovechará para hacer las oportunas explicaciones sobre dificultades potenciales. A continuación, viene la « lectura analítica », más reposada, la cual « sirve de base para el ejercicio gramatical » (1955: 100). Jiménez Delgado insiste en que el análisis de las estructuras morfológicas y sintácticas es « un instrumento para la traducción » (1955: 101), por lo que debe hacerse uso de él solo en la medida en que sea necesario. Jiménez Delgado recomienda proceder desde los niveles más altos hacia los más bajos: « del período a la frase, de la frase al sintagma, del sintagma a la palabra » (1955: 101). De igual modo, recomienda, aunque no parece necesario hacerlo, que la traducción mental debe preceder a la escrita. Apoya su tesis basándose en la doctrina de Marouzeau (La traduction du latin, 1943) y en contra de los asertos pronunciados por Muñoz Alonso (Gramática latina, 1945). A la hora de tratar la cuestión del manejo del diccionario, Jiménez Delgado aprecia diversas dificultades: la posible desatención del alumno, la disposición incómoda en la presentación física de la obra, la falta de criterio para dar con la acepción propia, las propias limitaciones del diccionario, la falta de preparación adecuada, el desconcertante cambio semántico de muchas voces (lo que hoy denominamos « cognados equívocos » o « falsos amigos »). Con el fin de solventar estas dificultades, Jiménez Delgado recomienda impedir su uso prematuro, facilitando la equivalencia de los términos en un vocabulario fundamental; insistir en la limitación y facilidad del diccionario y en la necesidad de atender a los diferentes usos y acepciones de cada vocablo. Jiménez Delgado presenta una serie de recomendaciones un tanto cándidas, escolares y paternalistas sobre cómo combatir estas dificultades. En lo que respecta a la traducción propiamente dicha del texto, Jiménez Delgado alerta sobre la diferente naturaleza de la lengua latina (sintética) frente a la española (analítica), subrayando que « la cualidad de toda traducción es la fidelidad » (1955: 105) e insistiendo que esta fidelidad no debe estar reñida con la elegancia. Algunos de los casos a los que el traductor deberá estar particularmente atento son, por ejemplo, aquellos en los que el sujeto gramatical no es el verdadero sujeto lógico, determinadas perífrasis en las que se ve obligado a incurrir el latín, su tendencia a la expresión de lo concreto, casos de hendíadis o expresión de un único concepto mediante dos términos coordinados. Con buen criterio, Jiménez Delgado apunta que « el traductor se mueve entre dos barreras: la fidelidad al texto y la pureza o casticismo del propio idioma » (1955: 106), lo que pone de relieve llamando la atención sobre el hecho de que a veces las frases cortas son las más difíciles de traducir; el frecuente uso latino de los participios; la necesidad de no desmembrar la frase latina y de no copiar el orden de palabras original. Jiménez Delgado finaliza su trabajo insistiendo en la necesidad de adecuar estéticamente la traducción durante la fase de revisión.

Por otra parte, contamos con el artículo « El latín y su didáctica: metodología de su traducción », publicado en la revista Enseñanza media en 1963. En su primera parte, Jiménez Delgado se lamenta de la baja consideración que tiene el aprendizaje del latín en los últimos años y urge a una renovación profunda de su enseñanza a base de la implementación de métodos didácticos más modernos, con el fin de desechar las connotaciones asociadas al hecho de que se trata de una lengua muerta. En su propuesta, defiende la necesidad de intentar amenizar la enseñanza mediante el uso de recursos atractivos para los jóvenes, hacer un uso discreto de la gramática, incrementar la atención dedicada al vocabulario, intensificar la lectura de los clásicos, restaurar la práctica de escribir en latín y volver al uso coloquial de la lengua, iniciando a los niños en la conversación latina. En el apartado dedicado propiamente a la metodología de la traducción latina Jiménez Delgado se hace eco de las indicaciones presentadas por Jacques Perret en Latin et culture (1947) y por Jules Marouzeau en La traduction du latin (1943) y recupera algunas de las ideas presentadas previamente por él mismo en el estudio al que antes hemos aludido. Como aspectos novedosos, cabe señalar algunos puntos que él considera muy destacados, como son la necesaria interpretación correcta de los participios, la distinción de ciertas partículas de más frecuente uso, el sentido peculiar de los prefijos y sufijos, el espejismo de ciertos sinónimos, los matices de estilo y los secretos de determinadas alusiones a instituciones antiguas. Jiménez Delgado llega a la conclusión de que « el ideal de toda traducción debe ser llegar a una traducción tan perfecta y ajustada que el juicio que se emita sobre el texto traducido sea idéntico al que se emitiría a base del original » (1963: 152).

3.6. Manuel Fernández Galiano

Manuel Fernández Galiano (1918-1998) ejerció como catedrático de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid entre 1947 y 1970, año en que se trasladó a la Autónoma, y en la que permaneció hasta 19845. Tres años más tarde fue elegido miembro de la Real Academia Española, aunque falleció antes de leer su discurso de ingreso. Fue director, entre 1949 y 1980, de la revista Estudios clásicos. Es autor de numerosas traducciones, ediciones críticas y comentarios de textos clásicos griegos: así, los Discursos (1946) de Lisias, Los caracteres morales (1956) de Teofrasto, Las leyes (1960), Defensa de Sócrates (1980) y La república (1981) de Platón, El misántropo (1963) de Menandro, La Odisea (1982) de Homero; Tragedias (1985) de Sófocles; Tragedias (1986) de Esquilo; Tragedias troyanas (1992) de Eurípides, etc. También se ocupó de Odas y épodos de Horacio (1990). Entre sus numerosos estudios destaca, por ejemplo, su monografía sobre Safo (1958).

En 1966 publica en la Revista de Occidente el artículo « Sobre traducciones, transcripciones y transliteraciones », donde comenta precisamente estas tres opciones a la hora de incorporar a un idioma un vocablo extranjero, junto a la conservación en sus mismos términos. Cabe señalar que, previamente, en 1961 había publicado un extenso estudio, de centenar y medio de páginas, sobre La transcripción castellana de los nombres propios griegos. En su artículo dice no querer ocuparse de la transliteración, pues es cuestión que incumbe a los planes de racionalización de organismos extranjeros. Sí define con precisión los otros dos conceptos: si la transcripción supone « incorporar una palabra a los esquemas y tipos lingüísticos del castellano, hacerla adoptar nuestra fonética o nuestras terminaciones, ponerla en condiciones de perdurar sin riesgo de nuevos cambios, pero ateniéndonos a la letra del original y no a su significado », la traducción « lleva consigo el paso a un vocablo español que nada puede tener que ver etimológicamente con el traducido, aunque signifique poco más o menos lo mismo » (1966: 97). A la hora de observar el tratamiento de los vocablos extranjeros, Fernández Galiano distingue entre los nombres propios y comunes, y dentro de los primeros hace consideraciones especiales para los antropónimos. Según opina, cuando se trata del griego o latín es absurdo traducir un onomástico, excepto en contadas ocasiones. La cosa cambia en las lenguas modernas, y dependiendo de si se trata de nombres o apellidos. Si en primer caso, admite una posible tolerancia, la desecha en el segundo, al igual que hace con los topónimos. Fernández Galiano advierte de las incorrectas pronunciaciones a las que los españoles han sometido a numerosísimos vocablos extranjeros, tanto nombres propios como comunes. En relación con estos últimos señala que « se trata de palabras encontradas en textos griegos o latinos, lo perfecto sería traducir todas a términos vulgares del español, salvo, naturalmente, voces muy técnicas » (1966: 102). En general, encuentra que en los nuevos campos de conocimiento se ha de « canalizar y españolizar todo lo posible: traduciendo, cuando se pueda y deba; transcribiendo cuando la traducción sea inviable; pero limitando a los casos extremos la conservación ‘en bruto’ del material » (1966: 103). Para acabar, Fernández Galiano presenta la tesis de que con el paso del tiempo la lengua tiende a una correcta sustitución en detrimento del uso del extranjerismo, tal y como ha ocurrido en numerosos vocablos ingleses – muchos procedentes del ámbito del deporte – cuyos ejemplos presenta con gran sarcasmo.

3.7. Miquel Dolç

Miquel Dolç (1912-1994) fue un reputado crítico literario, poeta, filólogo y traductor6. Ejerció como catedrático de Filología latina en diversas universidades españolas entre 1955 y 1982. Publicó diversos libros de poesía y numerosos estudios sobre literatura latina y catalana. Tradujo al castellano a Séneca (De la brevedad de la vida, 1944), Marco Aurelio (Soliloquios, 1946), Persio (Sátiras, 1949), Marcial (Epigramas, 1949), Catulo (Poesías, 1963), pero su actividad traductora se concentró en el catalán, principalmente para la Fundació Bernat Metge, a la que dio versiones de Virgilio (Bucòliques, 1956; Geòrgiques, 1963; L’Eneida, 1972-78; Apèndix, 1982, 1984), Marcial (Epigrames, 1949, 1952, 1955, 1959), Persio (Sàtires 1954), Tácito (vols. III y IV de Històries, 1957, 1962), Estacio (Silves, 1960) u Ovidio (Amors, 1971). Para otras editoriales tradujo, por ejemplo, a Luis de Camões (Els Lusíades, 1964), Lucrecio (De la natura, 1986) o San Agustín (Confessions, 1989), además de la traducción en verso de L’Eneida (1958). Entre sus estudios, cabe mencionar, por ejemplo, las obras Hispania y Marcial: contribución al conocimiento de la España antigua (1953), Retorno a la Roma clásica: sobre cultura y sociedad en los albores de Europa (1972), Estudis de crítica literària: de Ramon Llull a Bartomeu Rosselló (1994) o Assaigs sobre la literatura i la tradició clàssica (2000). En 1987 recibió el Premio Nacional de traducción por De la natura; en 1990, el premio Serra d’Or por Les confessions.

En la obra Didáctica de las lenguas clásicas (1966) presenta el artículo « Técnica y práctica de la traducción », que se inicia con una afirmación provocadora y categórica: « La traducción sigue siendo la esencia, el impulso y el fin de la enseñanza de las lenguas clásicas. Pero también sigue siendo su primer fracaso » (1966: 65). Dolç analiza a lo largo de su estudio las diferentes fases del proceso, en un contexto didáctico. En lo que respecta a la lectura, opina que debe efectuarse mediante un comentario literario y como medio de ilustrar el estudio de la lengua, basándose en la idea de que el examen gramatical conduce directamente a la adecuada interpretación. En lo que respecta propiamente al trasvase interlingüístico previene severamente contra la improvisación y alerta de la posible presencia de falsos cognados y falsas etimologías, así como de la ocasional imposibilidad de traducir un término conservando su forma gramatical o sin recurrir a perífrasis. Particularmente exigente se le antoja el conservar la estructura sintáctica del texto, con el de fin de mantener el estilo, si bien opina que « el buen traductor debe interpretar todos los estilos y reproducir su tono, color y personalidad » (1966: 74). Por último, Dolç se cuestiona si el traductor, sometido a la tensión básica en la que consiste el ejercicio de traducción, ha de admitir, como mal menor, someterse a la fidelidad al texto o a la calidad de la forma. Su respuesta es tajante: ni una ni otra opción, pues « la literalidad no debe excluir la literariedad ». Según sus propias palabras, « la traducción debe ser tal que el lector encuentre en ella no sólo el contenido exacto del texto […] sino también, en la medida de lo posible, la forma que reviste dicho contenido […], de tal modo que el texto traducida pueda en rigor servir de base a un comentario o un juicio crítico en el mismo grado que el texto original » (1966: 74-75), lo que de algún modo viene a implicar, en términos actuales, la búsqueda de una equivalencia en el efecto.

3.8. Gonzalo Maeso

Gonzalo Maeso (1903-1990) fue catedrático de Lengua y Literatura Hebraicas de la universidad de Granada durante treinta años, pero también destacó como estudioso de los clásicos grecolatinos. Entre sus obras destacan Manual de historia de la literatura hebrea, bíblica, rabínica y neojudaica (1960), Legado del judaísmo español (1972) y sus ediciones y traducciones de Guerra del Peloponeso de Tucídides (1969) y Guía de perplejos (1983) de Maimónides. 

En su contribución a las Actas del III Congreso Español de Estudios Clásicos (1968), titulada « La regla de oro de toda traducción », afirma que « traducir es sencillamente expresar con la máxima fidelidad de fondo y forma en una lengua lo dicho o escrito en otra » (1968: 420) y que « la distinción, tan frecuente, entre versión literal y libre o literaria, u otras similares, es completamente ociosa […] pues no ofrece otro valor que el de mera gradación en el proceso de didáctico de una lengua » (1968: 420). La regla de oro a la que alude en el título del trabajo consistiría en « captar íntegramente el sentido del texto o expresión original con todos sus matices ideológicos y estilísticos y trasladarlo fielmente con la máxima exactitud posible a otro idioma, en su forma actual, con toda corrección y la adecuada elegancia, de fondo y de forma, imitando hasta donde sea posible todas las características del original » (1968: 421).

3.9. Pere Pericay i Ferriol

Pere Pericay i Ferriol (1911-1984) fue sucesivamente profesor del Instituto Nacional de Enseñanza Media « Montserrat » de Barcelona, de la Universitat de Barcelona y de la Autònoma. Autor de obras como Gramática griega (1946), Mitología general (1960) o Diccionario de la mitología griega y romana (1966), además de varios tratados de bachillerato para la enseñanza del griego clásico7.

En su aportación a las Actas del III Congreso Español de Estudios Clásicos (1968), « Sociología de la traducción de textos clásicos », señala que la teoría de la traducción está estrechamente relacionada con la sociología de la literatura. En su opinión, el problema de la traducción ha de abordarse desde un punto de vista comparatista, si bien la sociología de la traducción literaria es un tema que apenas se ha tratado. Presenta esta consideración partiendo de la convicción de que es un interés « comparativo » el que manifiesta el traductor por la obra de creación de los demás. Pericay apunta como ejemplos el interés de Ungaretti por Racine (basándose en un artículo de Munteano de 1959) o el de Carles Riba por Esquilo. Según sus propias palabras, « al escoger un traductor a su autor parece obrar, en señalados casos, a impulsos de una fijación vital, pero fijada por unos medios de expresión » (1968: 76-77). De modo un tanto inconexo y poco estructurado, sin una verdadera herramienta argumentativa, Pericay alude a la necesidad de actualizar al lenguaje de la obra original y a la posible caducidad de la traducción, lo que llevaría a la necesidad de una retraducción. Según indica, aunque no lo demuestra, « el hecho de que una obra pierda por su traducción validez o se hermetice respecto a un mundo de vigencias, justifica la problemática sociológica » (1968: 78).

3.10. José Sánchez Lasso de la Vega

José Sánchez Lasso de la Vega (1928-1996), reputado helenista, fue discípulo de Fernández-Galiano y ejerció desde 1954 como profesor adjunto de Filología griega en la Universidad de Madrid y desde 1970 como catedrático en la Complutense. Durante sus muchos años de ejercicio docente contribuyó a la formación de numerosos helenistas españoles de gran renombre. En 1971 cofundó la revista Cuadernos de Filología clásica. Ese mismo año recibió el premio Miguel de Unamuno (premio Nacional de Literatura de ensayo) por la obra De Sófocles a Brecht. Entre sus aportaciones científicas más destacadas se encuentran Héroe griego y santo cristiano (1962), Ideales de la formación griega (1966), Helenismo y literatura contemporánea (1967), Sintaxis griega I (1968) o De Safo a Platón (1976), además de sus estudios sobre Homero y sus prólogos sobre Sófocles o Tucídides.

En su extensa conferencia – ocupa medio centenar de páginas – titulada « La traducción de las lenguas clásicas al españolo como problema », también incluida (como las aportaciones de Maeso y Pericay) en las Actas del III Congreso Español de Estudios Clásicos (1968), manifiesta estar interesado por la traducción literaria, fenómeno que, en su opinión « pertenece no tanto a la lingüística o a la antropología […], o a la psicología y sociología, cuanto a la literatura » (1968: 94). En el epígrafe titulado « Traducción y tradición » plantea alguna idea que hoy en día estaría probablemente desestimada, por responder a una noción un tanto anticuada del concepto de fidelidad y por entender, a mi modo de ver, la traducción como actividad teleológicamente dirigida. No en vano afirma que, « aquí no hay diálogo, sino transmisión. La traducción es repetición, eco y resonancia, desdoblamiento misterioso. Es arte de reflejo en que se retrata y duplica el original. Su naturaleza es reflexiva, no inspirada » (97). A continuación, en el epígrafe titulado « Non ut interpres sed ut orator? », hace una encendida defensa de la literalidad en la traducción, abogando por preservar « la forma nacional e individual del modelo » (102). En su opinión, « el secreto de la traducción fiel es el resultado de un feliz ayuntamiento – probablemente, de máximos y mínimos – entre la entrega al original y la renuncia a uno mismo » (101). A la hora de abordar lo que denomina «el drama del lenguaje», defiende que lo traducible en una obra es aquello que no tiene valor, mientras que lo verdaderamente valioso permanece intraducible, para afirmar que « la traducción perfecta, la Traducción, pertenece al reino de los buenos deseos, es una utopía » (109). Según Lasso de la Vega, las pocas traducciones ejemplares de que disponemos son obra de poetas, pensadores y grandes teólogos, no de gramáticos y eruditos. Así, por ejemplo, destaca el Cantar de fray Luis de León, el Platón de Schleiermacher, las traducciones griegas de Hölderlin, el Agamenón de Humboldt y Browning, las versiones latinas de Pascoli y Pound, la Biblia de Buber, las Bucólicas de Valéry. A modo de ejemplo sobre la gran dificultad implícita en el ejercicio de la traducción, Lasso de la Vega hace una serie de consideraciones sobre los retos que acechan a quien se enfrente al hexámetro de Homero, para sugerir que « cuanto más lúcidamente sentimos la exigencia de fidelidad, más problemática, por lo desesperada y desesperante se nos hace la traducción » (123) y subrayar la indivisibilidad de la unidad entre forma y contenido. En el tramo final de su largo estudio, Lasso de la Vega hace una serie de consideraciones sobre lo que denomina « eterno dualismo » entre fidelidad y libertad

3.11. Josep Alsina i Clota

Josep Alsina i Clota (1926-1993) fue catedrático de Filología griega en la Universitat de Barcelona8. Se ocupó de desarrollar un programa muy ambicioso de modernización de los estudios griegos y formó a numerosos discípulos en la materia. Tradujo al catalán, para la Fundació Bernat Metge, los Idil·lis de Teócrito (1961 y 1963), Alcestis (1966) de Eurípides y los Tractats mèdics (1972, 1976 y 1983) de Hipócrates. En castellano se ocupó de Antología de poesía griega moderna (1962), Historia de la guerra del Peloponeso (1976) de Tucídides, La Orestía (1987) de Esquilo, Poética (1987) de Aristóteles, Epinicios (1988) de Píndaro, Diálogos (1988) de Luciano de Samósata, etc. Entre sus obras propias destacan, por ejemplo, Comprender la Grecia clásica (1983), Problemas y métodos de la literatura (1984), Los grandes periodos de la cultura griega (1988) o Teoría literaria griega (1991). Si bien centró su atención en la literatura griega clásica, también se ocupó de autores griegos modernos, como Seferis, Cavafis o Elitis.

De factura temprana es su obra Literatura griega: contenidos, métodos y problemas (1968), en la que incluye, como capítulo final, uno titulado « Teoría de la traducción ». Allí Alsina defiende que la traducción es « un difícil arte », pero también « una obra necesaria de divulgación cultural » y, por lo tanto, « socialmente importante », hasta el punto de considerarla « la más elemental, la más necesaria misión del filólogo » (1968: 426). En las primeras páginas de su estudio, Alsina hace un breve recorrido por la historia del pensamiento sobre la traducción, deteniéndose en los principales hitos en época clásica (Cicerón), la Antigüedad (San Jerónimo), el Renacimiento (Sébillet, Dolet), la época clasicista (Tende), el Romanticismo (Goethe) y siglo XX (donde destaca lo que denomina « escuela rusa » y « la de París », con nombres como los de Fedorov, Cary y Mounin). Según Alsina, Fedorov (en Introducción a la teoría de la traducción, 1953) defiende una aproximación exclusivamente lingüística a la traducción, mientras que Cary (en La traduction dans le monde moderne, 1956, o Comment faut-il traduire?, 1958) aboga por no subordinarla a ninguna ciencia. Aunque Alsina no lo explicita, tenemos en estos dos autores dos ejemplos antitéticos de entender la traducción como ciencia y como arte, respectivamente, tal y como señala Mounin en Les problèmes théoriques de la traduction (1963). De hecho, es muy probable que Alsina llegara a Fedorov y a Cary a través de esta obra de Mounin, pues en el capítulo titulado «¿Debe ser una rama de la Lingüística el estudio científico de la operación traductora?» éste se detiene en contrastar el pensamiento de ambos autores, centrándose en las críticas que el segundo hace al primero. Se ha de tener en cuenta que Cary conocía bien las teorías soviéticas de la traducción, pues no en vano en 1957 dedicó a esta cuestión un artículo en Babel, revista que él mismo fundó. A la hora de tratar la cuestión de la relación entre Lingüísica y traducción, Alsina presenta como ejemplo los problemas de trasvase planteados por una breve cita de Jenofonte, para llegar a la conclusión, acudiendo a Saussure y Bloomfield, de que una obra literaria no puede traducirse a « un nivel socio-cultural-espiritual subdesarrollado históricamente » y presentar, por el contrario, la visión, un tanto elitista, de que « las grandes lenguas de cultura pueden traducirlo todo ». En el epígrafe sobre los « requisitos para traducir » alude a la necesidad de traducir no solo el contenido sino también lo que Bloomfield denomina « valores suplementarios del significado », que Alsina identifica como el estilo y la dimensión cultural-espiritual de la obra, asociada a su propio tiempo histórico. Alsina arremete contra el conocido ensayo de Ortega y Gasset, Miseria y esplendor de la traducción (1947) por defender la consideración de que la traducción ha de mantener el « carácter exótico y distante », tal y como había sugerido Goethe. Es aquí cuando Alsina propone su propia definición de lo que supone traducir: « trasladar el significante de una lengua al significante de otra sin alterar el significado –y ello aún en los casos en los que los significantes particulares no se correspondan exacta y gramaticalmente –, y trasladar, además, como sea, los valores suplementarios que acompañan al enunciado de cada signo lingüístico, es decir, al enunciado de cada unidad doble significante-significado » (434). Finalmente, en el último epígrafe, dedicado a « ¿Cómo hay que traducir? », Alsina presenta una seria de ejemplos, en prosa (Tucídides, Aristóteles) y verso (Homero, Cirilo, Esquilo, Píndaro), contrastándolos, según el caso, con sus correspondientes traducciones, en castellano, catalán y francés para ilustrar determinadas dificultades de transferencia estilística y métrica.

3.12. Miguel Cordero del Campillo

Miguel Cordero del Campillo (1925) fue catedrático de Parasitología en la Universidad de León, donde ejerció como docente durante cuarenta años y donde ostentó el cargo de Rector9. Si bien, como es lógico, su dedicación profesional no se inscribe en el ámbito que a nosotros nos incumbe, cabe señalar que Cordero del Campillo realizó una veintena de traducciones de textos especializados en veterinaria, a partir del francés, inglés y alemán, y que en 1969 – coincidiendo con estos años de actividad – publicó en la revista Las Ciencias un ensayo, titulado « Sobre la traducción ». Cordero del Campillo ha sido una persona polifacética, no sólo un hombre de ciencias sino también de intereses humanísticos, como lo demuestra su labor desarrollada como cronista.

En su ensayo defiende que en la traducción técnica – la que él ha practicado – « si bien debe preservarse la gracia del original, la exactitud debe adquirir una vigencia primordial ». En su opinión, conviene que « la ecuación pensamiento/expresión sea lo más equilibrada posible », lo que hace necesario que el traductor « penetre radicalmente en el espíritu del autor para actuar, como si dijéramos, desde dentro del mismo, y ser, de algún modo, coautor » (273). Las cuatro competencias asociadas a su ejercicio son las siguientes: « dominio de la propia lengua; amplio conocimiento de la extranjera; profunda información sobre el tema tratado: gusto estético » (274). Cordero del Campillo apoya sus opiniones en diversos artículos publicados pocos años antes por otros autores en diversos contextos y aprovecha también para presentar una caracterización, muy somera, de los contextos profesionales en los que se inscriben los traductores de textos especializados, así como para aludir – de forma muy tangencial – a los avances de la traducción automática y a la relación entre traducción y desarrollo científico, todo ello con el fin último de destacar « la importancia de la labor que realizan cuantos han puesto a nuestro alcance obras publicadas en las lenguas más extrañas, los cuales pocas veces reciben el debido reconocimiento » (274).

3.13. Horst Hina

Hina (1941), tras cursar estudios en Tubinga, Heidelberg y París, trabajó como lector del Servicio Alemán de Intercambio Académico en las Universidades de Valladolid y Madrid. En 1974 se incorporó a la Universidad de París IV. Investigó sobre la literatura francesa moderna (con una tesis sobre Nietzsche y Marx en la obra de Malraux) y, más principalmente, sobre las relaciones ideológicas y culturales entre la España castellana y catalana. A lo largo de cinco años consecutivos, entre 1971 y 1975, Horst Hina publicó en los cinco primeros números de ES (revista del Departamento de Inglés de la Universidad de Valladolid) otros tantos estudios, con un total de ciento veintitrés páginas10.

En el primero de ellos, titulado « Hacia una teoría de la traducción » (1971), llama la atención sobre la sintomática discrepancia entre la importancia de la práctica de la traducción a lo largo de la historia y el escaso estudio sistemático al que ha sido sometida, a pesar de algunas aportaciones recientes de valía, como Les problèmes théoriques de la traduction de Georges Mounin (1963) o Sprachen – vergleichbar und unvergleichbich de Mario Wandruzska (1970). Según sus propias palabras, se propone « [analizar] algunas observaciones sobre la traducción literaria y [confrontarlas] después con los resultados de la lingüística moderna para ver cómo los métodos lingüísticos y literarios pueden combinarse en un modelo global y sintetizante de las ciencias humanas » (1971: 173-174), para lo que se vale de los ensayos de Walter Benjamin, « Die Aufgabe des Übersetzers » (1923) y de Ortega y Gasset Esplendor y miseria de la traducción (1940), buscando paralelismos entre ambos, tales como son sus respectivas indagaciones sobre la traducibilidad, su coincidencia en asumir « la conciencia de una entidad superior a las lenguas mismas que llega a manifestarse en la operación de la traducción » (1971: 180) o su convicción de que « la traducción representa la experiencia de una lengua y una visión del mundo distintas » (1971: 182), tal y como había defendido Humboldt. Hina pone en valor las aportaciones del idealismo alemán, con autores como Herder, Goethe, Schiller, Humboldt, Schelling, Hegel, Schleiermacher y que llegan hasta Schopenhauer y se detiene en particular en las que Goethe presenta en Noten und Abahandlungen zu bessern Veständnis des west-östlichen Divans (1819), pues considera que el tercer tipo de traducción que éste propone – y que se correspondería con el tercer estadio de su modelo histórico de la actividad traductora – se encontraría el modelo ideal de traducción perseguido por Benjamin y Ortega. Según Goethe, esta tercera época de la traducción es « la más elevada y última » y en ella « se desea que la traducción sea idéntica al original, de forma que lo uno no tenga validez en vez de lo otro, sino ocupando el lugar de lo otro » (1996: 381). Con todo, según Hina, Goethe manifiesta una orientación esencialmente literaria, mientras que los otros dos apuntan « en una dirección filosófica y también lingüística, definiendo de este modo los dos niveles sobre los que debe caminar la ciencia de la traducción; un nivel del estudio de la interpretación posible y transformación mutua de las lenguas, y un nivel sobre una esencia superior a las lenguas que se revela en la traducción » (1971: 186). En las páginas finales de su estudio, Hina bosqueja algunos hitos principales de una historia de la traducción, presentando la tesis de que la traducción es el rasgo diferenciador de las obras de la literatura universal11.

A la hora de estudiar, desde el punto de vista de la Lingüística, el modo en que se ha dado la interpenetración y convergencia de las lenguas a la que hacía referencia, Hina se refiere, por una parte, a autores norteamericanos que, de alguna manera, han estudiado el contacto de lenguas, como U. Weinreich (Languages in Contact, 1963), E. A. Nida (Toward a Science of Translating, 1964), B. L. Whorf (Language, Thought, and Reality, 1958) o E. Sapir (Language: An Introduction to the Study of Speech, 1921) y, por otra, a autores franceses, como A. Martinet (Éléments de linguistique génerale, 1960) o G. Mounin (Problèmes théoriques de la traduction, 1963), que, en sentido contrario, han caracterizado lo que en cada lengua hay de constante y permanente. En opinión de Hina, el mérito de estos últimos, participantes del movimiento estructuralista, es el de abordar la posibilidad de un lenguaje « puro » o universal. Hina finaliza su trabajo refiriéndose al problema que la connotación plantea para la estructuración global de la semántica y, por tanto, para la posibilidad de la intertraducción a gran escala, sugiriendo que constituyen « el campo de investigación donde se cruzan las perspectivas lingüísticas y literarias y donde puede resultar fructuosa la investigación lingüística para la traducción como literatura » con el fin de « descubrir, a través de las lenguas en su multiplicidad, la permanencia de lo humano » (1971: 194).

En « Presente y futuro de la traducción » (1972) Hina pone de manifiesto el interés que la traducción despierta en tiempos recientes en campos como la Lingüística, la Crítica literaria, la Sociología o la Filosofía, insistiendo en la conveniente convergencia de estas disciplinas en la articulación de una ciencia de la traducción, a pesar de las reticencias manifestadas por autores como Octavio Paz desde la Filosofía, Rudolg Brummer desde la Filología o Karl-Hermann Körner desde la Sociología. En opinión de Hina, no cabe concebir una ciencia de la traducción si a la traducción se la considera únicamente como acto racional, describible en términos exclusivamente unívocos, pero sí « si se propone aclarar metódicamente la profunda problemática que domina la traducción, [y que] se puede hacer comprensible y transparente » (1972: 34-35). Según Hina, el punto de partida de la futura ciencia de la traducción se encuentra en la posibilidad de la traducción automática (lo que él denomina « la máquina de traducir »). Hina hace referencia al famoso memorándum de Warren Weaver, « Translation » (1949), en particular a la tercera de sus cuatro conocidas propuestas, centrada en la posibilidad de articular con aprovechamiento para la traducción los métodos criptográficos. También se refiere a un artículo de Wolfram Wilss publicado en 1970 en las actas de un coloquio celebrado en la Universidad de Heidelberg y en el que indaga sobre la posibilidad de la traducción automática tras defender una visión estructuralista de la lengua. En opinión de Hina, no hay motivo para albergar una precaución en contra de la traducción automática, dado el incipiente estado de desarrollo en que se encuentra, tal y como corroboran los propios especialistas en la materia (así, en la colección de artículos publicada bajo el título de Machine Translation, 1967), lo que no ha sido óbice para que siga aumentando la oposición a ella, incluso desde la perspectiva de la Lingüística (así, Wandruska en un artículo titulado « La traducción por medio de máquinas y la poesía », 1971). Hina considera que si la traducción despierta renovado interés en el ámbito de la Lingüística ello se debe a la consideración de que su estudio puede proporcionar mejores respuestas sobre el modo de funcionamiento del lenguaje que los que proporcionan escuelas lingüísticas como el estructuralismo o el generativismo, así como también por el acercamiento entre la Lingüística y la Crítica literaria. Hina recurre a Wandruska de nuevo – en particular a su libro Sprachen - vergleichbar und unvergleichbich (1970) – para demostrar las limitaciones de los fundamentos exclusivamente estructuralistas en un posible abordaje de la traducción, pues mediante la comparación que Wandruska hace de cincuenta obras literarias se ponen de manifiesto las profundas asimetrías en el carácter instrumental de cada idioma. Hina revisa también algunas aportaciones procedentes del ámbito de la historia de la lengua, las tipologías lingüísticas y las lenguas en contacto antes de abandonar el estudio de las microestructuras y abordar ya el ámbito del texto, al que denomina « el horizonte real de la traducción » (1971: 45), haciéndose eco de las ideas postuladas por Peter Hartmann en una comunicación presentada en un congreso celebrado en la Universidad de Heidelberg en 1969, a la vez que algunas otras aportaciones pioneras, como son las de Wolfgang Dressler (así, en su artículo « Textsyntax und übersetzen », 1970).

Finalmente, Hina, al repasar las críticas al estructuralismo y la gramática transformacional se fija en un estudio de Coseriu incluido en la obra Sprachwissenschaft und übersetzen, editada por P. Hartmann y H. Vernay en 1970, y en el que éste destaca la importancia de conocer suficientemente no solo los dos idiomas implicados sino también la realidad a la que se alude en el texto, con el fin de poder comprender los significados. Basándose en los postulados de Coseriu, Hina destaca la importancia de las palabras y las cosas y llega a la conclusión de que « la lingüística habrá resuelto su problemática en el momento en que llegue a una teoría implicando ambos elementos, el mundo externo y el mundo interno de la lengua » (1971: 47). En un nuevo epígrafe de su estudio, Hina hace referencia al estudio pionero de Katharina Reiss Möglichkeiten und Grenzen der übersutzungskritik (1971) en el que esta describe tres grandes tipos de traducción, que vienen determinados por la existencia de tres tipos de texto, dependiendo de si predomina el contenido, la forma lingüística y estilística o la orientación hacia el destinatario. Según el tipo textual del que se trate, el traductor ha de aplicar una serie de prioridades en particular, lo que implica que no existen criterios ideales para todas las traducciones. En un quinto epígrafe Hina desarrolla un breve panorama de la historia de la traducción, con el fin de demostrar que « con las épocas cambian también las opiniones acerca de la traducción, en función de nuevas ideas estéticas y de nuevas posturas frente a las culturas ajenas » (52). Hina distingue dos grandes etapas en la historia de la traducción desde el Renacimiento: en la primera, que alcanza hasta finales del siglo XVIII, lo habitual es la adaptación de la obra extranjeras a la cultura propia, mientras que a partir del Romanticismo se procederá en sentido inverso. En sus referencias a la poética defensora de les belles infidèles, Hina se inspira en los estudios de Roger Zuber (Les belles infidèles et la formation du gout classique, 1968) y Jürgen von Stackelberg (« Das Ende der ‘belles infidèles’ », 1971), mientras que en sus consideraciones sobre el Romanticismo alemán alude a los tratados clásicos de Schleiermacher (Über die verschiedenen Methoden des Üersetzens, 1812) y de Goethe (West-Östlicher Divan 1819). A continuación, en un epígrafe titulado « Para una sociología de la traducción » Hina subraya la importancia del público al que es destinada la traducción y se hace eco de una polémica en Alemania sobre las prácticas intervencionistas de las casas editoriales en las traducciones de Vargas Llosa y Juan Rulfo. En el epígrafe sobre « La traducción poética » Hina indaga, como es de esperar, sobre la posibilidad de este tipo de traducción. Retomando la clasificación tripartita de Reiss, distingue entre traducción informativa, traducción en prosa poética y auténtica recreación poética. En opinión de Hina, si bien esto puede parecer el establecimiento de una jerarquía, no supone, en realidad, la desestimación de las dos primeras variedades como inoperantes.

A continuación, Hina presenta una reflexión que, heredada de Barthes y tamizada por Octavio Paz (Traducción: literatura y literalidad, 1971), se sostiene aún hoy como plenamente vigente desde presupuestos postestructuralistas y que es el cuestionamiento de la propia originalidad del supuesto original, lo que le lleva a postular que « la distinción entre original y traducción es superflua, [por lo que] cada creación es de veras traducción, y cada traducción se hace creación » (1972: 62). Como consecuencia de esta convicción, y en consonancia con los principios rectores de la aproximación descriptiva a la traducción que empezaba a configurarse en los Países Bajos en aquellos años, aunque Hina no alude a ella, considera que « no es lícito atribuir a la traducción un nivel inferior al original. Al contrario, no es imposible que la traducción sea superior en rango al original » (1972: 63). En el siguiente epígrafe, «La comparación de traducciones», también introduce una idea que se mantendrá hoy en día vigente, el hecho de que el cotejo entre el texto original y sus diferentes traducciones puede servir para poner de manifiesto los rasgos poéticamente destacables en él. Entre las autoridades utilizadas para defender el valor de este ejercicio, Hina alude, por una parte, a Kurt Wais o Georges Mounin, por sus análisis de los efectos poéticos, y por otra, a Malblanc y Vinay y Darbelnet pos sus propuestas sobre las transformaciones a nivel léxico. En el último epígrafe, « La traducción como participación en lo universal », Hina sugiere que si se dan las circunstancias que favorezcan un desarrollo sostenido del estudio de la traducción se podrá alcanzar una ciencia comparada que permita ponderar « la aptitud de cada idioma para la traducción, precisando así la integración de ella en la literatura universal » (1972: 68) y, lo que es más, dilucidar si « los idiomas de cultura […] se han acercado mutuamente y siguen acercándose, hasta formar instrumentos, distintos cada uno pero de igual modo capaces de expresar y denominar la infinita realidad humana » (1972: 70).

En el artículo titulado « La traducción vista desde el estructuralismo » (1973), Hina apunta que, en términos de Barthes, la traducción se trataría de « la re-estructuración de un texto a través de sus principios de escritura, de la reconstitución de la riqueza de las relaciones y conexiones, la armonía de las proporciones internas, de sus leyes de expresión » (1973: 56). Hina señala que no existe una sola reescritura posible y que son precisamente las traducciones las que nos permiten percibir las diferentes interpretaciones que un texto puede admitir. Tras una sucinta presentación del pensamiento de Barthes y de su posible aprovechamiento desde la perspectiva de la traducción, presenta tres traducciones tempranas (en inglés, francés e italiano) de un pasaje de El criticón de Baltasar Gracián y analiza sus rasgos principales: así, considera que la inglesa presenta « una escritura alegórico-moralista », la francesa una « cortesana, elegante, clasicista » y la italiana una escritura « graciana manierista ». Hina llega a la conclusión de que el interés que presentan estas tres traducciones radica en sus infidelidades respecto al original. Según sus propias palabras, « son infidelidades creadoras, infidelidades que ayudan a re-crear el arte graciano, a darnos una idea de lo que puede ser el original » (1973: 75).

En « La traducción como actividad transformadora » (1974) Hina efectúa una serie de reflexiones sobre la reciente publicación de un número monográfico de la revista Change (1973) que bajo el título de Transformer, traduire, está dedicado a la traducción. Change fue una revista que estuvo activa en París entre 1968 y 1983 y que nació por iniciativa de Jean-Pierre Faye tras la escisión de algunos miembros del comité de redacción de la conocida Tel Quel. Este número en particular de Change está coordinado por el poeta y traductor brasileño Haroldo de Campos y por el eslavista y traductor Léon Robel. Tal y como señala el propio Hina, este volumen es « sumamente complejo, con una gran variedad de perspectivas y accesos metodológicos, un verdadero laboratorio donde poetas y científicos, literarios y lingüísticos, colaboran a aclarar – y también a confundir – la operación traductora, apasionados todos de la profunda inconmensurabilidad de este fenómeno, de su carácter prolífico, polifacético, desconcertante y, en última instancia, inagotable » (1974: 53). En él se pueden encontrar un buen número de aportaciones de teóricos procedentes de Europa del Este, además de autores brasileños adscritos a la escuela de encabezada por de Campos y colaboradores propios de la revista. Se trata de un conjunto de escritos caracterizado, como es de esperar, por su heterogeneidad metodológica y por la variedad de temas tratados, que implican el uso de combinaciones lingüísticas muy dispares: así, de la traducción de Homero al portugués brasileño, de Joyce al castellano, de Pushkin al alemán, de Heine al ruso, de Confucio a los idiomas occidentales.

Finalmente, en « Intertexto. Hacia una teoría de la traducción literaria » (1975), Hina presenta algunos de los postulados teóricos de R Barthes en los que cuestionaba las nociones tradicionales de autor y lector – así en obras como Le plaisir du texte (1973) o Roland Barthes par Roland Barthes (1975) – y el modo en que el texto constituye, ante todo, una relación, incidiendo en el hecho de que « el carácter relacional del texto explica la importancia del ‘intertexto’ para la teoría de la producción textual » (Hina 1975: 74). Hina se detiene a explicar el modo divergente en que conceptualizan la intertextualidad el propio Barthes y otros miembros del grupo Tel Quel, como Philippe Sollers y Julia Kristeva, para poner de manifiesto el modo en que este concepto puede definir nuestra manera de entender la traducción, en cuanto que ésta es, en primer y último extremo, el resultado de un diálogo con otro texto. Según sus propias palabras, « la dificultad evidente de reescribir un texto – dificultad que explica que no habrá nuca una traducción totalmente igual que el original – proviene, entre otras razones, del hecho de que en el acto de reescritura influyen otros textos, además del intertexto principal que es el original » (Hina 1975: 78). En la parte final de su ensayo, Hina justifica las discrepantes opciones de traducción seguidas por Voltaire en sus respectivas versiones del monólogo de Hamlet, preparadas en 1734 y 1761, para poner de manifiesto el modo en que tales opciones responden al seguimiento de acercamientos distintos a la tradición intertextual; si en el primer caso, la sigue diligentemente, presentado una traducción acorde con la poética de la alta tragedia, en el segundo introduce un elemento de ruptura mediante un ejercicio marcado ante todo por la literalidad y la búsqueda de la fuerza expresiva.

4. Hacia una nueva etapa

A comienzos de los 70, coincidiendo con la apertura de las primeras Escuelas Universitarias de Traducción e Interpretación, llegaron las contribuciones de estudiosos como Valentín García Yebra o Emilio Lorenzo y, un poco más tarde, las de Julio-César Santoyo, todos ellos con una dilatada producción (orientada tanto a las cuestiones históricas como teóricas y, en el caso de los dos primeros, también contrastivas), además de alguna muy esporádica, como la efectuada por Agustín García Calvo, con sus Apuntes para una historia de la traducción (1977). Se aprecia, por tanto, una transición desde una aproximación hermenéutica, filosófica, eminentemente teórica, hacia una histórica (retomando la tendencia inaugurada por Menéndez Pelayo tiempo atrás), en la que tuvieron una participación particularmente activa los ámbitos de la traducción bíblica y las lenguas clásicas – en este caso, con particular atención al uso de la traducción como herramienta didáctica – para llegar finalmente a otra de carácter más amplio y diversificado12.

Note de fin

1 Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación PGC2018-095447-B-I00, financiado por el Ministerio español de Ciencia, Innovación y Universidades y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional.

2 Véase García González (1997).

3ase Gómez Mendoza (2015).

4 Véanse Cano (1993), (2015) y Bilbeny (2011)

5 Véase Lens Tuero (1989).

6 Véanse Bosch (1984), Seva (1995) y (2011).

7 Véase Velaza (2011).

8anse VV. AA. (1993) y Jufresa & Gilabert (2011)

9 Véanse Cubillo de la Puente (2011) y Poy Castro (2016).

10 ES se mantuvo activa entre 1971 y 1983, posteriormente pasó a llamarse ES. Revista de Filología inglesa (1990-2016) y ES Review. Spanish Journal of English Studies (desde 2017). Gracias a la amable indicación del profesor Juan Miguel Zarandona, de la Universidad de Valladolid, he sabido que Horst Hina publicó otros dos artículos sobre materia de traducción en la revista Brispania, publicada por el Departamento de Filología inglesa de dicha universidad, aunque no versan específicamente sobre teoría. Se trata de « Octavio Paz como traductor de poesía inglesa », en el número 1 (1992) y « Traducción y crítica en la Cataluña de comienzos de siglo (Joan Maragall, Josep Carner, Carles Riba) » en el número 2 (1993).

11 Se trata de una idea que ya había sido sugerida por el filólogo alemán Fritz Stritch en un ensayo de 1930 (« Weltliteratur und Vergleichende Literaturgeschichte »), si bien no hace referencia a él, y que en nuestros días ha vuelto a postular David Damrosch, el principal adalid contemporáneo del concepto de literatura universal, en obras como What Is World Literature? (2003).

12 Para estudiar la producción científica española posterior, véanse, por ejemplo, las panorámicas de Santoyo (1991) y (2003), Crespo Hidalgo (2003), Faber (2003) y Pegenaute (2009).

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Référence électronique

Luis Pegenaute, « Un fragmento poco conocido de la historia del pensamiento español sobre la traducción: años 40, 50 y 60 del siglo XX », La main de Thôt [En ligne], 7 | 2019, mis en ligne le 14 janvier 2020, consulté le 16 avril 2024. URL : http://interfas.univ-tlse2.fr/lamaindethot/818

Auteur

Luis Pegenaute

Universitat Pompeu Fabra