La incertidumbre del “mal”: las representaciones del vih/sida y de los sujetos vinculados con la “enfermedad”, en dos textos publicados en el periódico costarricense la nación durante la década del ochenta

El presente ensayo es un avance de una investigación mayor, que estudia las representaciones del VIH/sida y de los sujetos vinculados con la “enfermedad” en la década del ochenta, en el discurso periodístico costarricense. A partir de los conceptos sociocríticos de “fenotext”, “morfogénesis” e “ideosema”, y de algunos planteamientos teóricos sobre el análisis del discurso, se realiza un estudio crítico que muestra la relación entre la práctica discursiva y la práctica ideológica, sobre la que se fundamenta el “juego de imágenes” promovido en los textos seleccionados.

This essay is part of a larger research project that studies the representations of HIV/AIDS and the topics linked to the disease” in the 1980s, in Costa Rican journalistic discourse. With the help of the socio-critical concepts of “phenotext”, “morphogenesis”, and “ideosema”, and with some theoretical approaches from “speech analysis” we engage in a critical enquiry to highlight the relationship between discursive practiceand ideological practice, on which the “play of images” at work in the texts under study is based.

Cet article constitue une avancée dans une enquête plus vaste, qui étudie les représentations du VIH/SIDA et du les sujets liés à la “maladie” des années 80, dans le discours journalistique du Costa Rica. À partir des concepts sociocritiques de “phénotexte”, “morphogenèse”, “idéosème”, et de quelques approches théoriques de l’analyse du discours ; une étude critique est réalisée montrant le lien entre la pratique discursive et la pratique idéologique, sur laquelle le “jeu d’images” promu dans les textes sélectionnés est basé.

Plan

Texte

Note de l’auteur :
Este trabajo se realizó con el apoyo de la Universidad de Costa Rica (UCR) y del Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD).

1. El sida como texto cultural

La psicosis colectiva que el uso indiscriminado de estos temas puede causar, a la larga – y también a la corta – es más perjudicial que la enfermedad misma. Incluso no faltan las mentes fascistoides que, con discursos paranoicos, llaman a “ayudar a la naturaleza” en la “labor de limpieza” que ella misma ha iniciado – de acuerdo con sus delirantes teorías. […] Si lo que los amarillistas buscan son pasatiempos, mejor buscarse otros más inofensivos y menos discriminatorios. ¿No creen? (Chaves, 6/1/1986)

La aparición del VIH/sida en la década del ochenta activó la elaboración de una gran cantidad de productos culturales: sermones, canciones, notas periodísticas, textos literarios, campañas publicitarias, películas, folletos informativos, arte visual… Se puede decir que la “enfermedad”1 acaparó diferentes discursos y, por ello, no se limitó al campo estrictamente sanitario. Todo lo contrario, la amplitud de este “fenómeno” pronto reveló una serie de implicaciones en las distintas prácticas sociales2 (como la política, la jurídica, la religiosa o la periodística), las cuales se dedicaron a calificar la “enfermedad” y a los sujetos vinculados con ella. En general, el VIH/sida fue concebido – al menos en los años iniciales – como una “peste” mortal y misteriosa, asociada principalmente con hombres homosexuales “promiscuos”, con vidas “desordenadas”. Estas ideas altamente moralizantes fueron re-conocidas por la ciudadanía gracias a los medios de comunicación, los cuales participaron del proceso de “comprensión” (o, más bien, de asignación de significados) en torno al VIH/sida. Entonces, el discurso periodístico – por sus alcances sociales – tuvo un rol determinante, sobre todo al propagar las aseveraciones que se hacían sobre la “enfermedad” desde otros campos. Como explica Manuel A. Martínez:

Los medios participan en la construcción de la realidad a título de actores que contribuyen de manera activa a identificar los temas relevantes, otorgarles visibilidad pública, contextualizarlos, seleccionar entre los distintos puntos de vista y, en fin, aplicar unos determinados marcos para la interpretación de los acontecimientos y los fenómenos sociales. (2007, p. 2)

Pero el discurso de la prensa no sólo movilizó los “conocimientos” hacia el público general, sino que además ofreció una plataforma inigualable para afianzar las representaciones colectivas que se hicieron sobre la “enfermedad” y sobre el enfermo. Por lo anterior, no es posible desligar al VIH/sida del desarrollo mediático de la época, ni de los mecanismos ideológicos que, finalmente, le dieron sus sentidos.

En un artículo de opinión de 1986, titulado “Juegos peligrosos” (véase el epígrafe de este apartado), José Ricardo Chaves – un renombrado escritor costarricense – criticó la labor de los medios de comunicación en relación con las noticias sobre el VIH/sida. Específicamente, se refirió a los “mass media” que le dieron a dicho problema de salud pública un “enfoque amarillista”, con el fin – afirma él – de “agradarle” a un mayor número de personas. De acuerdo con el autor, gracias al papel de la prensa, la televisión y la radio, se generaron dos olas de “furia antisidita”, una en 1983, durante la que se construyó el “cliché”: sida = homosexual = enfermedad, y otra a finales de 1985, cuando murió el famoso actor de Hollywood Rock Hudson por enfermedades asociadas con el síndrome. Por supuesto, estas olas lo que hicieron fue movilizar toda la violencia simbólica y estructural en torno a los sujetos vinculados con el “padecimiento”. El “tema” del VIH/sida ha estado presente en los periódicos costarricenses desde 19833, cuando se publicó en La Nación4, el 29 de mayo, una noticia de la AFP (Agence France-Presse) con un titular que, como mínimo, podía provocar angustia en los lectores: “Sida o la «peste homosexual»”. No será sino hasta finales de la década del ochenta cuando los medios informativos nacionales comiencen a modificar su “tono” al referirse a la “enfermedad” (posiblemente por los cambios que se dieron en los campos médico y político internacionales). En general, podemos afirmar que las ideas expuestas en los medios de comunicación definieron las valoraciones sociales sobre el VIH/sida, ya que, como afirma Teun A. van Dijk (2009), el discurso periodístico – en tanto discurso público controlado por “élites simbólicas” – perpetúa y legitima ciertas formas de entender el mundo (a través de las representaciones que promueve), las cuales a menudo implican también formas de desigualdad social (como las basadas en el género, la clase, la raza o la sexualidad).

Con lo anterior, es seguro decir que el VIH/sida no es sólo un virus y un síndrome, sino que, además, es un texto cultural, en el sentido que le da la sociocrítica a este concepto; es decir, el VIH/sida es también un discurso que manifiesta lo cultural (Mbassi, 2013, p. 35). Así, es importante reconocer los aportes que hace la sociocrítica al análisis discursivo. María Amoretti la define a partir de su trabajo reflexivo en torno al texto, al cual no puede concebir separado de “las condiciones en que se da a leer en el corazón de un sistema de referencias siempre cambiantes” (1992, p. 111). Por ello, para la comprensión del texto es necesario tomar en cuenta el sistema de producción que le da origen y las ideologías que lo atraviesan. Según Cros (en Chicharro y Linares, 2010), el texto está compuesto por signos que se relacionan entre sí y que, a partir de dicha relación, significan. Entonces, para la sociocrítica el sistema semiótico del texto se debe analizar de acuerdo con las tres coordenadas que el código textual implica: el espacio, el tiempo y la estructura social (por ejemplo, en nuestro caso: Costa Rica, década del ochenta, sociedad patriarcal heterocentrista). El sistema semiótico es, para el autor, un fenotexto (es decir, una manifestación textual real, efectiva y concreta5) en el contexto del funcionamiento de la morfogénesis (es decir, de la estructura – sociohistórica y sociodiscursiva – responsable de las formas textuales). Lo anterior es relevante ya que, como señala Mbassi (2013, p. 10), el análisis sociocrítico es ante todo un análisis del discurso que considera el orden sociocultural en el que surgen los textos. La sociocrítica no sólo estudia el discurso en sí, sino que además explica su proceso de elaboración, los fenómenos culturales y sociales y, finalmente, la descodificación que deben llevar a cabo los receptores.

La noción crosiana de ideosema es, por tanto, necesaria. El ideosema, explica Cros, es “la estructura transferida directamente de la práctica social al proceso de la escritura” (2010, p. 23). El autor pone como ejemplo lo que él encuentra en La vida de Guzmán de Alfarache: en este texto, el relato es constantemente interrumpido por sermones o consideraciones morales que él relaciona con una práctica represiva vigente en la época en la que se produce la narración. Lo que sucedía en la práctica social es entonces transferido a la práctica discursiva. Por ello, el ideosema – como apunta Chicharro (2008, p. 20) – es un instrumento que facilita el análisis de las representaciones, ya que, como fenómeno textual, es capaz de reproducir metonímicamente las relaciones dadas en una práctica ideológica. Según Chicharro, Cros – con su trabajo teórico – plantea que la producción de sentido es “el resultado de fenómenos de estructuración y de encadenamientos de estructuras” y que “un texto de ficción está constituido por un complejo juego de representaciones que interactúan”, por lo que reconoce que “estos conjuntos están dotados de una coherencia y organización propias que implican un núcleo unificador que se refiere a una convergencia semiótica” (2008, p. 20). Entonces, las representaciones son el resultado de las relaciones entre signos: una representación es un conjunto de signos que constituyen imágenes complejas, las cuales son el producto de la transferencia de la práctica social a la discursiva/textual (y, quizás, también a la inversa) 6. Afirma Chicharro:

Con este instrumento [con el ideosema] se facilita el análisis de las representaciones que se manifiestan como conjuntos estructurados en el texto y que le dan su dinamismo. Es un punto clave del funcionamiento textual y del sistema de estructuración de las prácticas sociales y discursivas. (2008, p. 20)

Podríamos decir que la representación está relacionada con la morfogénesis. Si, como afirma Cros, los textos semióticos e ideosemas son “herramientas” al servicio de la morfogénesis, y si la morfogénesis es el medio por el cual el texto “codifica el proceso de transformación de las estructuras de la sociedad en estructuras textuales, merced a una mediación sociodiscursiva” (Cros, 2010, p. 24; cursivas en el original), entonces la representación también es producto de dicho proceso. Así, las representaciones no sólo participan de la organización interna del texto (poniendo en relación los diferentes signos que lo conforman), sino que, además, vinculan el mundo de las prácticas textuales con las sociales (históricas e ideológicas), de donde finalmente emergen. Las representaciones, por lo anterior, no se pueden entender como elementos ajenos a las relaciones de poder. Dichas relaciones buscan, fundamentalmente, “actuar sobre el otro” (Foucault, 1995), más aún cuando se refieren a realidades ya de por sí marginadas dentro de la organización social. Entonces, en la medida en que son producto del discurso, las representaciones revelan los sistemas de dominación (las luchas), pero al mismo tiempo son ellas las “herramientas” que se utilizan en dichas luchas: representar también implica asignar valores.

2. Algunos elementos sociohistóricos

En Costa Rica, la década del ochenta estuvo marcada por una crisis económica (producto de las altas tasas de interés, de las alzas en el precio del petróleo y de la caída en la cotización del café) que llevó a muchas familias a la pobreza. A esta situación económica deprimida se le deben sumar los problemas políticos de la región: la lucha socialista en Nicaragua y los conflictos revolucionarios en El Salvador y Guatemala. Como resultado de lo que sucedía en dichos países, Costa Rica tuvo que tratar con un creciente flujo de refugiados e indocumentados y con las problemáticas sociales que esto conllevó. Dos administraciones definieron esta década: primero de la Luis Alberto Monge Álvarez (1982-1986) y, luego, la de Óscar Arias Sánchez (1986-1990), ambos del Partido Liberación Nacional. En general, durante las dos administraciones se aplicaron medidas económicas neoliberales – Iván Molina y Steven Palmer, en Historia de Costa Rica, definen el neoliberalismo como “la versión latinoamericana del conservadurismo a favor del libre mercado” (2015, p. 146) – que redujeron el papel del Estado, de acuerdo con la “influencia” ejercida por los Estados Unidos de América7 y con la presión de instituciones como el Fondo Monetario Internacional. El interés de los Estados Unidos por Costa Rica se debió a la lucha contra el sandinismo (el socialismo) nicaragüense. A través de sus agencias y gracias al apoyo de la empresa privada y de los medios de comunicación nacionales, Reagan logró que el gobierno costarricense aceptara casi todas sus demandas económicas y políticas, excepto la de establecer bases militares en el país.

En el campo social, los gobiernos de Arias y de Monge fueron conservadores, y se apoyaron en la situación de crisis económica para promover los “valores tradicionales costarricenses” como elementos identitarios que justificaban todo su accionar político y económico. Estos valores – como la familia, el matrimonio y la religión católica – funcionaron como consignas para “defender la soberanía nacional” frente a la insurgencia comunista en Centroamérica8. Al mismo tiempo, la supuesta pérdida de los principios morales “tradicionales” fue un argumento muy utilizado para distraer el descontento popular por la situación económica y social9. También en este campo, las políticas de Reagan marcaron el desarrollo de la agenda conservadora en el país. Según Schifter, el reaganismo representó el auge de una ideología conservadora apoyada por la “nueva derecha”. Dicha ideología vinculaba los problemas económicos con los del orden moral. Afirma el historiador costarricense:

La ideología conservadora ponía mucho énfasis en la necesidad de volver a los principios “tradicionales” norteamericanos, como panacea para fortalecer su economía y su sociedad. El presidente defendía la familia y la religión como baluartes de la nación. En razón de ello, se tachó como perjudiciales todos los logros alcanzados en el campo de la mujer […]; los avances en el área de la discriminación racial […]; y los logros en el dominio de los derechos civiles. (Schifter, 1989, pp. 98-99)

Por supuesto, esta estructuración ideológica llevó al rechazo de aquellos grupos que no encajaran en el ideal establecido por los parámetros conservadores (los “otros” homosexuales en primer lugar). No extraña que la administración Reagan le diera tan poca importancia al fenómeno del sida. En este contexto, el sida se convirtió en una herramienta para que la nueva derecha creciera en poderío, tanto en Estados Unidos como en Costa Rica. La derecha costarricense utilizó también todos estos factores para crecer y movilizar a la sociedad de acuerdo con su propia agenda. Afirma de nuevo Schifter:

El impacto de la derecha fundamentalista en impedir un mayor apoyo para la lucha contra el Sida ha sido considerable. Pero éste ha sido aún mayor de lo que se podría esperar debido a que otros sectores de la sociedad, como los médicos y la prensa, se vieron envueltos en sus propios prejuicios e irónicamente apoyaron, al principio, algunas de las posiciones antigays de la derecha. Cuando se dieron cuenta de su error, el mensaje de odio había calado en su público y en el extranjero. (Schifter, 1989, p. 101)

Aparece entonces el VIH/sida, una “enfermedad” que cargará con todo el estigma dirigido contra los homosexuales, así como con todas las ideas vinculadas con las enfermedades mortales y epidémicas. La enfermedad llega, por tanto, a empeorar la situación de un grupo humano ya de por sí marginado. Esta marginación se funda en las actitudes culturales que llevan al rechazo de aquellos sujetos que no cumplen con el rol establecido dentro del paradigma patriarcal heterocentrista10. La “enfermedad”, por ello, se entendió como un “castigo divino” asociado con la “inmoralidad” de dichos sujetos11. Pero los homosexuales no fueron los únicos acusados por la aparición del VIH/sida… También lo fueron las prostitutas, los drogadictos, los infieles, los promiscuos y los refugiados centroamericanos (nicaragüenses o salvadoreños). Explica Schifter sobre los refugiados: “La vinculación de los extranjeros con los gérmenes no era nueva en el país. Los negros, judíos y chinos, que emigraron a fines del siglo anterior y principios de éste, fueron también acusados en su oportunidad de traer enfermedades y costumbres contagiosas al país.” (1989, p. 95)

En relación con los medios de comunicación, Schifter asegura que la prensa estadounidense influyó profundamente en la forma en la que el sida se percibió en todo el mundo. Según el autor, los medios norteamericanos, en primer lugar, relacionaron el sida con la homosexualidad, de ahí el nombre que se le dio inicialmente: la “pulmonía gay”, el “cáncer gay” o la “plaga gay”. Por lo anterior, la forma en la que la prensa informó durante los primeros años sobre el sida tuvo un gran impacto en la sociedad. La medicina costarricense, por su parte, no se alejó de los prejuicios en torno a la homosexualidad. De acuerdo con los datos que presenta el autor, la relación médico-paciente homosexual está atravesada por la discriminación, especialmente cuando se trata de enfermedades de transmisión sexual. La homofobia de la población general, pero también la del cuerpo de médicos, es para Schifter otro elemento que incrementó el desarrollo del sida en el país: “La salud se mira como un símbolo de aprobación divina a las pautas, costumbres y característica de la mayoría de la población. Esta visión crea, a la vez, una peligrosa dicotomía entre ellos y nosotros, los sanos y los enfermos, y los buenos y los malos.” (1989, p. 96)

José Daniel Jiménez Bolaños (2014) asegura que, antes de que el VIH/sida dinamizara los discursos en torno a la diversidad sexual en Costa Rica, ya existían puntos de vista (en el Estado y en los medios de comunicación) que criminalizaban y patologizaban la práctica de una sexualidad no heteronormativa. El virus, entonces, permitió que se desarrollaran más dichos puntos de vista, pero – al mismo tiempo – “hizo visible lo invisible”: activó a una comunidad históricamente marginada y llevó al debate público “prácticas y relaciones sociales privadas”, comentadas desde diferentes perspectivas. En relación con el discurso patologizante, Jiménez explica que durante la década del ochenta no fue extraño encontrar este tipo de “reflexiones” en boca de ministros, miembros de comisiones médicas y médicos en general, quienes debieron abordar el tema de la homosexualidad. Estos mismos ministros y médicos muchas veces publicaron en los medios de comunicación12 su parecer en torno al sida y en torno a los sujetos con los que se relacionaba; así, se dispersó más aún la idea de que la “enfermedad” fue propagada por una orientación sexual y no por un virus. Según este investigador, la historia de respuesta hacia el VIH/sida se desarrolló en cuatro fases: la primera estuvo relacionada con peligros y alertas en un contexto de emergencia; la segunda, con la conceptualización de la “enfermedad” como un problema de comportamientos individuales; la tercera, con la relación que se estableció entre la “enfermedad” y los comportamientos socialmente contextualizados; sólo en la cuarta fase, el “problema” se tornó un desafío vinculado con el discurso de derechos humanos. Este mismo desarrollo es recogido a lo largo de los años en los medios nacionales, donde también se ratifica (aunque tardíamente, afirma el historiador) la aparición de asociaciones y de diferentes grupos que lucharon contra “el peligro del sida”, pero también contra toda la estigmatización promovida por los diferentes discursos sociales – mediático, religioso, judicial, médico, estatal.

3. Nosotros y los otros: dos textos para nunca olvidar

En el contexto anteriormente expuesto, se publicaron las noticias que hemos seleccionado para este trabajo. Por supuesto, para su análisis es fundamental referirlo, ya que – como vimos con los aportes sociocríticos – la comprensión del texto no es posible hacerla a cabalidad sin el contexto, sin estudiar también el sistema de producción y las ideologías que lo sustentan. A continuación, examinaremos las piezas textuales sobre el VIH/sida, publicadas en el periódico costarricense La Nación, en la década del ochenta. El análisis se realizará a partir de los planteamientos sociocríticos que hemos expuesto, aunque también consideraremos ciertos aspectos del análisis crítico discursivo13. Nuestra propuesta, fundamentalmente, busca reconocer las relaciones profundas entre el universo lingüístico-comunicacional y el sociohistórico (e ideológico). Lo que pretendemos es estudiar las inscripciones que se pueden encontrar en los textos, tanto en relación con las condiciones institucionales en las que surgen, como con las de su producción y desarrollo coyuntural. Los textos son los siguientes:

  1. “SIDA y moral”, artículo de opinión del presbítero Claudio Solano Cerdas, 2 de setiembre de 1985.

  2. “SIDA revela actividad de homosexuales”, reportaje (no se consigna un autor), 18 de mayo de 1987.

3.1 “SIDA y moral”

En primer lugar, es necesario aclarar los aspectos que definen un artículo de opinión prototípico. De acuerdo con González (2005), el artículo de opinión tiene una naturaleza argumentativa y persuasiva, por ello incluye valoraciones sobre el tema que se desea desarrollar, así como una postura sobre el acontecimiento al que hace referencia. En general, una personalidad reconocida (periodista o colaborador externo) es quien escribe el texto con la finalidad de influenciar la opinión pública sobre un tema de interés social. En este caso, el presbítero Claudio Solano Cerdas no sólo era miembro de la Iglesia Católica sino que, además, fue miembro de la Junta Directiva de la Caja Costarricense del Seguro Social desde 1984. Su artículo, desde el título – el cual, como señala van Dijk (1990), tiene una función sintética14 – se refiere a la relación que el autor entiende entre el sida y “la moral”.

El texto inicia con una afirmación general, llamativa, que hace referencia a un tema importante para la sociedad de la época: “La enfermedad, epidemia o peste moderna llamada SIDA puede analizarse desde el punto de vista biológico y moral” (párrafo 1). De entrada, el autor vincula al sida con tres nociones: enfermedad, epidemia y peste. El concepto de enfermedad está incluido en el de epidemia y peste, pero es sobre todo este último concepto el que recoge el planteamiento que desarrollará el autor: la peste no sólo se asocia con la enfermedad, sino que tiene relación con la “corrupción de las costumbres”, con los “desórdenes de los vicios” y, finalmente, con la “ruina” que traen. La lexía ‘sida’, por tanto, recoge varios significados en sí y se configura, dentro del discurso religioso (desde donde se extiende a otros campos), como un sinónimo de pecado, corrupción (estos significados, como veremos más adelante, son asociados con ciertos sujetos, a los que se valorará a partir de su vínculo con la “enfermedad”). Se pierde, por tanto, la relación que establece el acrónimo con el campo médico y el término se torna un sustantivo que implica tanto la apertura de un nuevo campo semántico como el de un nuevo campo simbólico (Pérez-Leal, 2007, p. 18).

Entonces, la reflexión de Solano gira en torno al sida, pero desde lo que él llama – sin definirla de manera expresa – “la moral”; sin embargo, de acuerdo con el artículo, es claro que “la moral” está vinculada con el cristianismo y tiene que ver con cómo actúan las personas en relación con lo que su religión establece como el bien o el mal, en función de su vida individual y, sobre todo, colectiva. Aquí empieza la cadena de significaciones que conformará las relaciones fenotextuales en el ensayo de este autor. De acuerdo con lo estudiado sobre el sistema semiótico y las tres coordenadas que lo atraviesan (el espacio, el tiempo y la estructura social), es posible afirmar que este artículo de opinión funciona como un sermón, ya que está fundamentado en la tradición religiosa católica que ha marcado la cultura costarricense. El sermón, dentro de la tradición cristiana, es un discurso didáctico-moralizante que se dirige a los miembros de la comunidad. Si el ideosema, como explica Cros, es la estructura transferida de la práctica social al proceso de la escritura, en este artículo hay una transferencia desde la tradición litúrgica católica. Veámoslo en relación con los actores planteados en el texto: tenemos al autor (el pastor), quien dirige toda la reflexión a los lectores (el rebaño). Los lectores no son apelados directamente en el artículo; sin embargo, la estructura del texto permite inferirlos, así como el hecho de que el texto hable sobre el “actuar del hombre” (el ser humano) de forma generalizadora. Incluso al cierre del artículo, se utiliza la primera persona plural para dar la “lección final”. Otro actor que hay que incluir para que quede clara la transferencia es Dios, a quien se le hace constante referencia, así como a su “obra”, la cual está siendo “alterada” por el ser humano.

La estructura textual se organiza de la siguiente manera: en primer lugar, se introduce el tema de la reflexión – el sida se define, y se afirma que se debe estudiar su relación con “la moral”, no sólo con lo fisiológico – (párrafos 1 y 2); en segundo lugar, hay un desarrollo de ideas que explican: 1- que el sida es un ejemplo que sirve para la reflexión sobre el tema de “la ruptura del orden natural” (párrafo 3); 2- que “el orden natural es igual al orden divino” y, por tanto, debe mantenerse (párrafo 4); 3- que también en lo espiritual y moral existe un “ordenamiento que debe protegerse” (párrafo 5); 4- que el sida es el resultado de “la desobediencia a la ley natural, moral y positiva” (párrafo 6); 5- y que “el terrible lenguaje de la enfermedad y la muerte” nos obliga a retornar a “la moral dictada por la Iglesia” (párrafo 7); finalmente, la conclusión se da en los párrafos 8 y 9, donde se presentan paralelismos entre varias rupturas del orden y las consecuencias que conllevan para el ser humano, así como un llamado para que – ante el “problema” del sida – “busquemos de nuevo a Dios y respetemos sus leyes”, ya que en esto se halla “el sentido real del progreso”. Así, los apartados correspondientes al desarrollo se pueden dividir en dos unidades temáticas: la primera sobre la cuestión de la importancia del orden (natural, espiritual y moral), la segunda sobre el sida, la alteración de dicho orden y la importancia de la “conciencia”.

Aunque el texto habla del “hombre” de forma general, es claro que hay unos seres específicos a los que se les culpabiliza por la situación “desquiciada” (física y espiritualmente) del ser humano: son aquellos hombres que viven una “libertad desviada”, por la que se vuelven, desde la perspectiva de Solano, “bestias”:

Pero, cuando el hombre, abusando de su libertad, corrompe este ordenamiento15 y proclama el amor libre, el homosexualismo, el desenfreno sexual, la infidelidad conyugal y el reino de los instintos, las consecuencias no tardarán en aparecer. Su alejamiento de Dios lo torna menos humano y esta deshumanización lo bestializa. La muerte, dice San Pablo, es la paga del pecado. (párrafo 6)

Así, se plantea acá una oposición entre los “humanos” y los “no humanos”, los “sanos” y los “enfermos”, los “ordenados” y los “desordenados”. Como apunta Cros sobre la producción de sentido, se establecen relaciones complejas entre signos a partir de la tensión entre dos términos opuestos. Estas relaciones son las que construyen, en el texto, las representaciones que en este caso crean “seres estigmatizados”, a los que se les achaca la culpa de la “peste que recorre el mundo”. Se da, por tanto, un encadenamiento de estructuras que organiza las representaciones producto de la interacción entre las prácticas sociales y las prácticas discursivas, las cuales – nos atrevemos a decir – se “alimentan” mutuamente.

Un elemento sociohistórico muy importante (el que aparece mencionado en la cita anterior de Solano) es el de la Revolución Sexual – ocurrida en la segunda mitad del siglo XX – la cual llevó a una liberalización de las conductas humanas (Giddens, 1998). En el texto se habla del “amor libre” como uno de los elementos que han provocado el “desorden” social y que han traído el “castigo de Dios”. Por supuesto, por las consecuencias que tuvo semejante cambio social sobre las ideas y las formas de control de la Iglesia sobre sus fieles, es importante para el autor marcar la relación entre la “libertad desviada” y el castigo ante el “desorden” que esta provocaba: el sida. En este sentido, es claro que el autor no se refiere solamente a los homosexuales, sino a todos aquellos que se “alejen” de Dios. Por lo anterior, Solano afirma que la Iglesia Católica tenía razón al rechazar las prácticas promovidas por la mencionada revolución, como el disfrute libre del cuerpo o el cuestionamiento a la institución del matrimonio:

En medio del frenesí de la inmoralidad, el SIDA ha llegado de pronto al festín de la vida, y con el terrible lenguaje de la enfermedad y de la muerte nos obliga a retornar a nuestra conciencia, a las viejas normas que hicieron grandes a los pueblos grandes, a la moral. No estaba, pues, errada la Iglesia Católica, ni era retrógrada o reaccionaria. La Iglesia es sencillamente defensora del hombre. A los hechos me remito. (párrafo 7)

Esta defensa de la Iglesia se perfila desde los primeros párrafos, donde se habla sobre el “orden natural”. El autor presenta ideas que, según él, ejemplifican que las leyes científicas son, en realidad, leyes divinas. Es claro para nosotros que Solano sigue los postulados de Kant en Historia natural y teoría de los cielos. En este trabajo, según Jaime Ricardo Reyes, “Kant da a la naturaleza el carácter de composición progresiva, compleja, a través de la eternidad y del infinito, pero a la materia de esos universos le atribuye como razón creadora, a Dios; de suerte que la perfección de la mecánica natural es demostración de la acción creadora” (2015, p. 115). A partir de lo anterior, Solano señala que la ruptura del orden natural conlleva un trastorno en la “sinfonía divina”. Evidentemente, este pasaje importa por su peso retórico. Afirma el autor: “Por algo Kant decía que lo que más le maravillaba era el espectáculo de un cielo estrellado y la ley en la conciencia del hombre. Cualquier ruptura, por leve que sea, cualquier desviación en el orden cósmico, por ejemplo, trastornaría el universo y con ello acabaría con la especie humana” (párrafo 4). Entonces, desde el orden biológico se expresa el orden divino, lo cual también aplica para el orden espiritual y moral.

Queda claro, con todo lo anteriormente expuesto, que se mantiene en el texto la modalidad didáctico-moralizante señalada en relación con la práctica social del sermón. Que el texto de Solano no presente referencias de tiempo o de lugar implica que su “sermón” quiere ir más allá de esos límites, es – podríamos decir – una reflexión que pretende trascender para que veamos que la “obediencia al orden establecido por Dios” es nuestra única “salvación” ante la “peste moderna”. Los tres conceptos que, desde nuestra perspectiva, revelan la finalidad del artículo (y, con ello, la actitud del enunciador) son ‘moral’, ‘conciencia’ y ‘obediencia’. Estos conceptos apoyan toda la argumentación de Solano, quien los establece como las “herramientas” que tenemos para vencer el “mal” que representa el sida. Sólo así, como señala al final de su artículo, alcanzaremos el “progreso” real. Por supuesto, con este cierre, Solano plantea una crítica a la idea del progreso social vinculado con las libertades sexuales, con lo cual aclara que, desde su punto de vista y a la luz de la “peste que se esparce por el mundo”, no seguir los mandamientos de la Iglesia ha llevado, más bien, al “retroceso”. Sólo resta señalar el poder simbólico de este texto: aquí la estructura textual se dirige a la estructura social con el fin de ratificar formas de dominación que garanticen el “orden de las cosas”. El “sermón” de Solano no es sino un discurso prototípico de la “policía moral”, en una sociedad católica y patriarcal.

3.2 “SIDA revela actividad de homosexuales”

La siguiente pieza periodística es un reportaje, el cual consiste, fundamentalmente, en una narración de sucesos que se exponen de forma planificada con el fin de informar. Este es, por tanto, un género informativo-narrativo en el que, además, se incluyen descripciones (González, 2005, p. 45). El reportaje busca que el lector conozca “los alcances y las limitaciones” de la sociedad en la que vive, para que se forme un criterio y, a partir de él, actúe (por tanto, tiene también una finalidad persuasiva). Sin embargo, no se debe ignorar que la formación de criterio está dirigida por la manera en la que se presenta la información. La información, en sí misma, funciona como una herramienta ideológica que – como se verá en este caso – pone en duda la “moralidad”16 de los sujetos a los que se hace referencia, al mostrar “su perversidad”, tanto en el orden sexual como en el social. Podemos adelantarnos y afirmar que este reportaje se conforma discursivamente como una lección, lo cual no se aleja de lo visto en relación con la pieza periodística anterior: aquí, el texto enmascara (a través de su carácter informativo) los discursos socioculturales que lo anteceden; es decir, este reportaje no es sino un instrumento cuasi sermonario que busca (aunque no de forma explícita) “adoctrinar”.

El título del reportaje seleccionado es el siguiente: “SIDA revela actividad de homosexuales”. Desde este punto, se plantea que el sida ha hecho que “algo” que estaba oculto o que se ignoraba salga a la luz. En este caso, el título no sólo busca hacer referencia al tema que se desarrollará en el cuerpo del texto, sino que – sobre todo – cumple con una función retórica, al tratar de captar la atención del lector. Podríamos decir que el título “pone en juego” los conocimientos de los lectores heterosexuales sobre las “actividades” de los homosexuales (lo cual ya implica una separación entre “normales” y “anormales”), quienes – como veremos a continuación – son planteados como sujetos/objetos de investigación. Al titular hay que sumarle un subtítulo que hace referencia al sexo y a la muerte: “«Sexo seguro», requisito para sobrevivir”. Por supuesto, si con el titular se vincula directamente al sida con los homosexuales, con el subtítulo no queda la menor duda de que la “enfermedad” se mueve entre “ellos”, ya que tiene que ver con “sus” prácticas sexuales.

Este reportaje está dividido en cuatro partes: la primera trata sobre la “investigación” (es, más bien, una campaña y un estudio) que se realizó en el país en torno al sida y al “homosexualismo” (del párrafo 1 al 10); la segunda se titula “A la calle, sin prejuicios” y refiere cómo se han “defendido” los homosexuales contra la discriminación (del párrafo 11 al 18); la tercera parte – “Territorios homosexuales” – presenta una descripción de los lugares que frecuentan los homosexuales y las medidas que se han tomado para controlarlos (del párrafo 19 al 27); la última parte expone las conclusiones generales del reportaje (párrafos 28 y 29). Como hemos dicho, desde el título se señalan los sujetos/objetos a los que se refiere el reportaje. Agregamos “objetos” ya que, en realidad, los homosexuales no tienen voz en este reportaje. A lo largo del texto, se hace referencia a lo que piensan científicos, médicos, psicólogos, viceministros y curas, pero no se ofrece un sólo párrafo para que los homosexuales “hablen” sobre la situación que están pasando. Así, más que actores de lo narrado y explicado, los homosexuales son “pacientes” (es decir, sujetos que están a la merced de las acciones de los otros). La representación de estos sujetos, además, se hace desde el estereotipo: de acuerdo con el texto, los homosexuales son hombres travestidos, vinculados con los “bajos mundos”, promiscuos, agresivos, etc. Este reportaje sólo confirma una representación injuriosa del homosexual, la cual realmente ha sido asignada desde el orden cultural patriarcal. La práctica discursiva, entonces, ratifica los significados promovidos desde la práctica social, a través de las ideologías que sostienen la jerarquización de los sexos y de las sexualidades. A lo anterior hay que sumar el estrecho vínculo que se establece entre los homosexuales y el sida, el cual es definido como una “amenaza” sobre la vida de dichos sujetos. Los heterosexuales están completamente ausentes en la descripción que se hace a lo largo del reportaje; sólo se menciona a los hemofílicos en el párrafo final, pero es para afirmar que son los homosexuales el grupo con más riesgo.

La primera parte está dividida en dos unidades temáticas: una (del párrafo 2 al 4) se refiere a los científicos costarricenses que estudiaban a los homosexuales y la otra (del párrafo 5 al 10) menciona los “resultados” de dicha investigación. Todo el texto es, sin embargo, introducido con una “sorpresa” (párrafo 1), al menos desde el punto de vista del enunciador: los homosexuales están organizados. Entonces, ya desde 1987, los medios reconocieron (aunque de una forma singular, como veremos con el análisis de este reportaje) que se estaban formando asociaciones por la defensa de los derechos de los gays. Luego del párrafo introductorio, se explica el trabajo que estaban realizando los científicos (aunque no se mencionan sus nombres). De acuerdo con el artículo, desde mediados de 1985, se empezaron a estudiar las “costumbres” y el “comportamiento sexual” de los homosexuales, como si de un trabajo etológico se tratara. Su idea era “atraer el mayor número posible de homosexuales con el objeto de explicarles la gravedad de la infección, someterlos a periódicas pruebas de laboratorio, darles consejos y conocer algunos de sus hábitos” (párrafo 3). Como señalamos antes, los homosexuales son asumidos como objetos de estudio. Así, con oraciones impersonales (“se sabe…”, “se supo…”) y con referencias a sujetos indeterminados (los científicos, los especialistas, los trabajadores sociales, una destacada profesional “quien prefirió no divulgar su nombre”, los médicos) se describe en esta parte la también “sorprendente” vida sexual de los homosexuales: “Es tan intensa la relación entre homosexuales que, en el caso de uno solo, actualmente infectado de SIDA, se supo que había tenido contacto con unos 500 hombres, según médicos a cargo de estos estudios” (párrafo 8). Que se plantee la información sin aclarar de dónde proviene la investigación, qué metodología se utilizó para el estudio o quiénes son los médicos, científicos, especialistas que la llevaron a cabo, debe activar una alerta en torno al valor investigativo de este reportaje. Este trabajo periodístico – al menos en esta parte – adquiere las características de una “noticia inventada”; es decir, de una noticia construida a partir de elementos, declaraciones, hipótesis, etc., que no existen en la realidad o que no pueden ser confirmadas (de Fontcuberta, 1993, p. 28). Esta forma de presentar la información advierte, además, que existen ciertos intereses para que salga a la luz pública un texto lleno de generalizaciones. En el caso expuesto, nos parece que el reportaje (el cual no tiene autor, como dijimos antes) tiene una finalidad retórica y, por ello, sólo trata de llamar la atención sobre un tópico que vende…

Lo anterior queda más claro cuando notamos que en este primer apartado la información se centra en describir una sexualidad tan “intensa” como la de ese sujeto que tuvo contactos sexuales con 500 hombres. Según el enunciador, este es uno de otros casos similares, para los cuales el Ministerio de Salud cuenta con un grupo de trabajadores sociales que les “siguen el rastro” a las personas que “se sospecha podrían haber contraído el contagio” (párrafo 9). Desde este punto – aunque sin nombrarlo directamente – se pone en juego el tópico de la promiscuidad, como un elemento que afianza la relación entre el homosexual y el sida, pero más aún entre el homosexual y la “perversión” que supuestamente lo caracteriza. El concepto ‘promiscuidad’ carga ya – en las sociedades católicas y patriarcales – con un peso ideológico inevitable y con significaciones culturales que son asignadas a aquellos sujetos que la practican. Por lo anterior, el concepto en sí mismo tiene una función descalificadora, puesto que se opone a los “valores tradicionales”, como el matrimonio y la fidelidad, y se alinea con los “pecados” de la fornicación y la lujuria. Así, en el fondo de estos términos, lo que encontramos son las formas de control que se han montado sobre el cuerpo de los sujetos y sobre su “comportamiento sexual”. Al respecto, véase cómo, al final del reportaje (en la tercera parte del texto), se cita al Lic. Álvaro Ramos, Viceministro de Gobernación de Costa Rica durante la administración Arias, quien afirmó lo siguiente sobre los lugares en los que hicieron redadas para controlar a los homosexuales:

Al incursionar en ellos [se refiere a los «centros de homosexuales»], me encontré un ambiente de superstición, una mezcla de religión con sexo, practicada por gente de condición baja, en algunos casos con la presencia de menores, todos inmersos en ese ambiente promiscuo”, relató Ramos.
Cree que este es un problema de salud pública que sólo se acaba golpeando a las instituciones que lo producen. (párrafos 22 y 23)

En la segunda parte del reportaje, se desarrolla más la caracterización de los homosexuales. Está divida en dos unidades temáticas: la primera trata sobre la defensa que los homosexuales hacen de sus derechos y, la segunda, sobre las actitudes que tienen al dejar de esconderse. Este apartado, aunque podría parecer positivo, no lo es. Nuevamente, el enunciador utiliza las formas impersonales y habla de los homosexuales como si se tratara de sujetos que no pertenecieran a la sociedad costarricense. Aunque dice que la sociedad es más abierta y tolerante, afirma que los homosexuales tienen “reacciones públicas airadas”, que “proliferan en bares, discotecas y saunas”, que los trabajadores del sexo “se han lanzado a la calle sin ningún recato”, con una actitud “muchas veces desafiante y agresiva”… Así, este apartado ofrece, más bien, una descripción del “exhibicionismo” que parece reinar entre este grupo de sujetos. El “exhibicionismo” hay que entenderlo en relación con las fronteras que el orden social establece entre lo público y lo privado. A los homosexuales en general, se les obliga a esconderse, a mantenerse fuera de la esfera pública. En cuanto un homosexual sale del ámbito privado y se muestra en el ámbito público es de inmediato acusado de “exhibicionista”. Explica Didier Eribon al respecto: “El homosexual que habla de su vida «privada» rompe la situación «normal» porque ésta se define como tal por el hecho de que, «normalmente», como se dice en el lenguaje de todos los días, la homosexualidad no es decible o, lo que no es muy distinto, no se dice a menudo” (2001, p. 149). Por lo anterior, caemos de nuevo en la tensión entre dos términos de una oposición: público y privado. Pero esta oposición lo que hace es ratificar otra: la de “nosotros” y los “otros”, la de los “normales” y los “anormales”, como se señaló anteriormente. Así, aunque en el texto se cite al doctor Henning Jensen – quien afirmó que los homosexuales ya no se veían como criminales – es claro que el subtexto del reportaje nos hace comprender a los homosexuales como un grupo de sujetos con características similares (promiscuos, trabajadores del sexo, travestidos, “quebrados” o “amanerados”, etc.), vinculados con lo marginal y lo perverso.

Es en la tercera parte del reportaje donde más se desarrolla el vínculo entre el homosexual y su supuesta criminalidad (asociada, sobre todo, con los lugares de reunión). Tres unidades temáticas conforman este apartado: la primera se refiere a cómo el corazón de San José ha sido “conquistado” por los homosexuales; la segunda, a las acciones que el gobierno ha tomado para tratar de controlar semejante “expansión homosexual” y, la tercera, a la cantidad de homosexuales que existen en el país. Que desde el inicio de este apartado se utilice un verbo como ‘conquistar’ para referirse a cómo un grupo humano actúa en relación con ciertos espacios de la ciudad, aclara la oposición entre “nosotros” y los “otros”: los “otros” se han apoderado de San José, el corazón de la capital ha sido conquistado; es decir, ‘ganado para sí’. No hay que dejar de lado la representación que se hace de San José como una “ciudad decadente”, al menos en relación con los lugares “tomados” por los homosexuales. Ya antes de la llegada del sida, la mentalidad conservadora veía con malos ojos a la ciudad moderna. La ciudad, aunque se vincula con los valores de civilización en ciertos casos; en otros parece estar cargada de signos negativos: es un lugar propicio para el desarrollo de las “malas costumbres” que “corroen” la salud del país. Desde el siglo XIX, San José se constituyó como un espacio que debía ser higienizado (Quesada Avendaño, 2007, p. 105).

Así, podemos afirmar que la aparición del sida, en la década del ochenta del siglo XX, reactiva los procesos de limpieza social que iniciaron con las reformas liberales (Quesada Avendaño, 2007, p. 106) y marca, como se nota en el reportaje, un nuevo período de segregación y de control social. Por lo anterior es que el Ministerio de Gobernación está en “guerra” contra la expansión de los homosexuales en la ciudad, contra la proliferación de la “promiscuidad”:

Una vasta área del corazón josefino ha sido conquistada por los homosexuales, a juzgar por el mapa que las autoridades de Gobernación han trazado. Algunos se refugian en “bunkers” situados entre el cine Líbano y la terminal de la Coca Cola, donde el acceso es restringido. Generalmente la admisión de alguien es posible si se hace acompañar y recomendar por algún conocido homosexual. (párrafos 19 y 20)

Claramente, la representación de este grupo humano es la de una “mafia”; es decir, la de una organización clandestina de criminales, los cuales no tienen ningún escrúpulo en defender sus “intereses”. Para pertenecer a la mafia, hay que tener afinidades en común y estar “apadrinado” por un miembro de la organización. La clandestinidad es otro elemento que la caracteriza: “Cuántos homosexuales hay y cómo están distribuidos es una incógnita todavía, pero algunos científicos estiman que el 5 por ciento de la población masculina entre los 17 y 55 años es homosexual, y que aproximadamente unos 15 mil se concentran en el área metropolitana” (párrafo 26). La incertidumbre en torno a la información persiste en este apartado, sobre todo en relación con los datos que se presentan; incluso cuando (en las conclusiones) se afirma que un dato es “incuestionable”, no se explican las fuentes ni se presentan nombres: “Lo que sí resulta incuestionable son las últimas cifras del SIDA en las que el número de homosexuales afectados (13) supera a la de hemofílicos (12), con lo que a partir de este momento la incidencia en aquellos va a ser más pronunciada, a juicio de los especialistas” (párrafo 28).

El tema del sida se desvanece a lo largo del reportaje y sólo hasta este punto es nuevamente retomado, lo cual aclara que el VIH/sida es aquí un pretexto, es un “enganche”, un elemento retórico para llamar la atención. Evidentemente, el enfoque aquí de dirige más hacia el “estilo de vida” de los homosexuales, los cuales “van en grupo a los saunas donde tienen relaciones sexuales”… Este “estilo de vida desvergonzado” ha sido traído a la luz por el sida y, por ello, el texto se centra en él: no es tanto la “enfermedad” en sí (la cual no ha afectado, hasta el momento a los “normales”), sino lo que, desde su perspectiva, la “produce”. Al final, todo lo planteado por el enunicador parece designar extrañeza ante una realidad desconocida u ocultada para y por la estructura social heterocentrada. De esto se deduce la politización de la vida gay en la década del ochenta – a la que el mismo texto hace referencia - y la “sorpresa” que dicho fenómeno implicó en las vidas de los “normales”, quienes ya no pudieron esconder o acallar al “familiar raro”. La “enfermedad”, entonces, “sacó del clóset” a los homosexuales, pero también a los heterosexuales, al revelar las prácticas sociodiscursivas que sostienen toda la violencia simbólica y estructural contra los primeros.

4. A manera de conclusión: “muerte despacio”

De acuerdo con todo lo expuesto, las representaciones que hemos encontrado en las piezas textuales estudiadas se organizan a partir de la tensión entre dos términos de una oposición: “ordenados” y “desordenados”, por un lado; y “público” y “privado”, por el otro. Pero estas oposiciones lo que hacen es ratificar otras: las de “nosotros” y los “otros”, los “normales” y los “anormales”, los “humanos” y los “no humanos”, los “sanos” y los “enfermos”; finalmente, los “heterosexuales” y los “homosexuales”. Estos juegos de significados dejan ver el entramado que estructura dichos textos, así como las prácticas ideológicas que les dan asidero en el contexto de la década del ochenta. Los opuestos funcionan, aquí, como articuladores semióticos y discursivos, ya que se mueven entre el texto y el contexto, y conforman un ideosema estructurante: el del “sujeto incierto”, el cual – en este caso – está vinculado, además, con una “enfermedad mortal”. Como señalamos en un estudio anterior (Rojas, 2017), la incertidumbre es una acusación que se dirige al “otro”. Esta acusación es producto de una postura hegemónica que busca fundamentalmente ratificar – a partir de la “falta” que atribuye – un orden jerarquizado, ratificar la dominación. En los casos estudiados, vemos dicha jerarquización en la “apropiación desigual de los discursos” (Amoretti, 2000, p. 34). En las piezas textuales, la división de los actores (activos y pasivos) se da a partir del uso de la palabra: mientras unos enuncian (los periodistas, los médicos, los científicos, los curas, etc.), los otros no tienen derecho de hacerlo y, lo que es peor, los que pueden hablar (ya que se les da el espacio público y reconocido para ello, como lo es un medio informativo), lo hacen sobre los otros. La diferencia en el uso del discurso define, por tanto, una diferencia social. No extraña, por tanto, que en el artículo y en el reportaje los homosexuales no hablen, sino que sean “hablados”; es decir, su “lugar” está predefinido por el “silenciamiento estructural”, según lo define Gayatri Spivak (2003). Pero hay que insistir en que dicho silenciamiento en la organización textual y discursiva no hace sino manifestar la organización social. Silenciar al otro es una forma de controlarlo, pero también una forma de aniquilarlo, de quitarle toda su capacidad para decirse. Las noticias estudiadas muestran, precisamente, la opresión que los homosexuales sufrieron en el orden simbólico, a lo que hay que aunar también la pérdida de vidas a causa de la “enfermedad” misma.

José Ricardo Chaves publicó en 1987, en el periódico La Nación, un pequeño texto titulado “Muerte despacio”. Con una prosa poética, el autor describe la dramática situación de un hombre que está frente al vacío, luego de que un “amante vagabundo” se va y lo deja solo, frente a la inmensidad del dolor existencial:

No hay nada. El borde del vacío. El fondo. La playa larga, eterna. Y el resplandor de la niebla. A unos pasos del hombre desnudo camina la mujer vestida de blanco, con su largo traje de velos. Lo mira. Ella lo sigue, no al Otro, no al que no está ahí, no al que – sin llevárselo – se lo lleva a él, al hombre con el pecho de gramíneas. Cable infinitesimal. Hilo de Ariadna. El minotauro espera en la obscuridad del laberinto. Casa de horrores. Caminar a tientas en las sombrar que ciegan con su esplendor. Teseo va desnudo y carga la espada. Lleva la muerte en el falo. Ariadna espera en la torre, como la mujer de blanco espera, caminando, en la playa. El Otro se aleja en la nave y el hombre toro muere despacio. (Chaves, 15/3/1987)

El que se va es “Teseo”, y “lleva la muerte en el falo”; el que se queda es el narrador, el “hombre toro”, quien muere despacio… Esta escena describe, desde nuestro punto de vista, la desolación que el VIH/sida provocó en la comunidad homosexual durante la década del ochenta. El texto de Chaves es, fundamentalmente, una representación del homosexual en tanto ser humano que sufre (por su soledad, por su “enfermedad”, pero también por su “monstruosidad” prefijada). Contrario a este aporte, los textos que hemos estudiado se han contentado con asignarle un carácter perverso al homosexual, se han abocado a la tarea de volverlo una “alteridad extraña”, que debe ser controlada para que no “dañe” a la sociedad “normal”. Así, a partir del texto de Chaves y de acuerdo con Judith Butler (2006), es necesario admitir la relevancia ética que tiene el reconocimiento del dolor humano, es necesario comprender la precariedad de la vida de los homosexuales de entonces y el mal que se les ha hecho al tornarlos en un monstruo social dejado ahí para que muera despacio, una muerte apoyada en las prácticas discursivas e ideológicas que, finalmente, sumieron a los “sujetos inciertos” en la desesperación y en el dolor.

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Notes

1 Se entrecomilla el concepto ‘enfermedad’ en relación con el sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), ya que no es técnicamente una enfermedad sino un síndrome (como su nombre lo indica); es decir, el sida es un conjunto de padecimientos vinculados con un “estado” determinado, el cual es producto de la infección por el VIH (virus de inmunodeficiencia humana). Retour au texte

2 Como explica Negrín: “Las prácticas sociales son ideología materializada. Su índole es de lo más diversa: hay práctica jurídica, política, educativa, religiosa, deportiva” (1993, p. 175). Al anterior listado, podemos agregar la práctica periodística, la cual —como toda práctica— implica un discurso e influye en las estructuras sociohistóricas y sociodiscursivas. Como veremos más adelante, las prácticas sociales están vinculadas con lo que Cros llama los ‘ideosemas’ o sistemas de estructuración. Retour au texte

3 Gracias a una revisión del diario La Nación, podemos asegurar que el peso discursivo en torno al VIH/sida no fue menor en la década del ochenta. En dicho periódico, por ejemplo, se pasó de 7 noticias publicadas en 1983 a 182, en 1987 (este es el punto más alto de publicaciones). Después de 1987, la cantidad de noticias empezó a decaer (en 1988 se publicaron 69 noticias; mientras que, en 1989, 24), posiblemente por el “enfriamiento” de la discusión social, al cual podemos vincular con los avances médicos, políticos y sociales que se dieron en torno a la “enfermedad”. Retour au texte

4 No se debe dejar de lado que el periódico La Nación es uno de los medios con más difusión (y lectores) en el contexto nacional, y su importancia en el mercado de la información escrita costarricense es innegable (véase nchez Lovell, 2008). Además, es necesario agregar que dicho medio de comunicación, según Willy Soto (1987), fue el principal órganode la clase dominante costarricense durante la década del ochenta, la cual desde su punto de vista – propagó una ideología neoconservadora, con la que explícitamente se apoyaba a la Iglesia Católica como un agente que contribuía a mantener el orden existente. Retour au texte

5 De acuerdo con José R. Valles Calatrava (2008, p. 82), los fenotextos son para Cros manifestaciones textuales expresas, regidas por el genotexto. Este, por su parte, es sólo una abstracción, una enunciación estructurante, no gramaticalizada y conceptual, que se vincula con los procesos semánticos e ideológicos que operan como base del texto. Retour au texte

6 Según Cros (1992), las relaciones complejas entre signos están dirigidas por la tensión que se establece entre los dos términos de una oposición. Al respecto, explica también Chicharro: “Después [Cros] planteará que la estructuración – las relaciones complejas entre signos – está dirigida por la tensión que se establece entre los dos términos de una oposición – por ejemplo, la oposición mediación salvadora/mediación engañosa en El Libro de Buen Amor – cuyo impacto y dinamismo constituyen el punto nodal de la escritura.” (2008, p. 20) Retour au texte

7 Según Molina y Palmer, Ronald Reagan envió al país la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID), con el fin de “aliviar” la situación económica y política de la región; sin embargo, es claro que la agencia cumplió un rol intervencionista. Explican los autores: “La AID transfirió casi 1300 millones de dólares a Costa Rica entre 1982 y 1990, por lo que dispuso de poderosos aliados en los círculos empresariales y políticos. La mayoría de esos fondos fueron canalizados fuera de la supervisión de la Contraloría General de la República o de la Asamblea Legislativa. El desembolso fue canalizado mediante organizaciones privadas, entre las cuales destacó la Coalición Costarricense de Iniciativas de Desarrollo (CINDE); a raíz de la influencia lograda, tales entidades fueron llamadas el «Estado paralelo».” (2015, p. 148-149) Retour au texte

8 Un elemento muy importante en relación con lo apuntado es la visita que el Papa Juan Pablo II hizo a Costa Rica, en marzo de 1983. Podríamos afirmar, con Isabel Gamboa Barboza (2009, p. 185), que esta visita exacerbó la defensa por los “valores tradicionales”, así como la línea política conservadora, en el contexto nacional. Retour au texte

9 En relación con lo anterior, es necesario apuntar que, durante el gobierno de Arias, se organizaron redadas nocturnas en los bares y discotecas gays de San José y se trató de hacer obligatoria la prueba ELISA. Supuestamente se hicieron con el fin de defender esos “principios morales tradicionales”, aunque es claro que eran estrategias represivas y distractoras. Precisamente, ante tales violaciones, en una carta abierta (firmada por 157 renombrados ciudadanos), publicada en el periódico La Nación el domingo 5 de abril de 1987, se les pidió a los ministros de Salud, Seguridad y Gobernación (Edgar Mohs, Hernán Garrón y Rolando Ramírez, respectivamente) que detuvieran dichas formas de persecución, ya que estaban lesionando las garantías constitucionales básicas de los costarricenses. Retour au texte

10 Uno de los actores más importantes en la defensa de este paradigma fue la Iglesia Católica. Al respecto de su papel en el contexto costarricense, véase el trabajo de Carolina Quesada Cordero (2012), donde se explica cómo la Iglesia promocionó la legitimación de las prácticas y de los discursos religiosos relacionados con las hegemonías masculinas, la heterosexualidad obligatoria y el matrimonio o la familia. Retour au texte

11 De acuerdo con la revisión histórica de Andrea Álvarez y Valeria Morales, en el caso costarricense, antes de la llegada del virus al país, se realizaron – en 1980 – campañas de prevención de las enfermedades de transmisión sexual. Este antecedente es importante, ya que explica el contexto sociocultural costarricense en relación con el sida: desde 1980 las autoridades en salud consideraban que el aumento de las enfermedades venéreas era el resultado “del amplio uso de anticonceptivos, la promiscuidad y la desinhibición sexual de los ciudadanos” (2008, p. 331). Retour au texte

12 Véase, también, el trabajo José Daniel Jiménez Bolaños y de Mario Bahena Uriostegui titulado “Entre la ciencia y la cultura: La conformación de discursos médicos sobre la homosexualidad en el contexto del surgimiento del VIH/sida en Costa Rica” (2017). Retour au texte

13 Para estudiar los textos, observaremos en el plano lingüístico las operaciones enunciativas, que Gutiérrez (2010) entiende como la puesta en relación entre un enunciado y su enunciación (en el contexto de un acontecimiento comunicativo). Por lo anterior, haremos referencia a los índices de persona (ubican a los participantes), los de ostensión (hacen referencia al lugar y al espacio), los temporales (sitúan la enunciación en el tiempo) y la modalización (la actitud del enunciador en relación con lo enunciado y con su interlocutor). En el plano macroestructural, nos referiremos fundamentalmente a las intenciones de comunicación (apreciar, explicar, describir). Retour au texte

14 Calsamiglia y Tusón (1999, p. 97), por su parte, aseguran que la titulación puede tener una finalidad catafórica o de señuelo, por lo que es un enunciado retórico. Retour au texte

15 El autor afirma que Dios “hizo a los seres humanos hombre y mujer para que se amaran, crecieran, cultivaran y dominaran la tierra” (párrafo 6). Este es el orden al que se refiere. Retour au texte

16 Es necesario aclarar la diferencia entre moral y ética. El termino ‘tica’ se utiliza para hacer referencia a una filosofía moral autónoma (interior); el término moral’, por su parte, para hablar de los cdigos morales socialmente normados (exterior). En relación con el debate filosófico que se ha dado en torno a estos dos conceptos, se puede revisar el trabajo de Gustavo Ortiz Millán, titulado “Sobre la distinción entre ética y moral” (2016). Retour au texte

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Référence électronique

José Pablo Rojas González, « La incertidumbre del “mal”: las representaciones del vih/sida y de los sujetos vinculados con la “enfermedad”, en dos textos publicados en el periódico costarricense la nación durante la década del ochenta », Sociocriticism [En ligne], XXXIV-1-2 | 2019, mis en ligne le 27 septembre 2020, consulté le 24 avril 2024. URL : http://interfas.univ-tlse2.fr/sociocriticism/2840

Auteur

José Pablo Rojas González

José Pablo Rojas González. Máster en Literatura Latinoamericana y Licenciado en Filología Española por la Universidad de Costa Rica. Labora como profesor de la Escuela de Estudios Generales, en dicha institución. En la actualidad desarrolla su tesis doctoral en el Institut für Romanische Sprachen und Literaturen, de la Goethe-Universität (Frankfurt am Main), gracias a una beca de la Universidad de Costa Rica y del Servicio Alemán de Intercambio Académico. Su trabajo doctoral analiza las representaciones del VIH/sida en la literatura, el periodismo y la medicina costarricenses. Algunos de sus trabajos académicos publicados son: “Cuentos sucios, de Jacinta Escudos: Una lectura a partir de las teorías feministas” (2011), “La relación entre el sujeto y el espacio: Análisis de los esquemas actoriales de «Mala siembra»”, de Jorge Debravo; “Nocturno detenido”, de Laureano Albán y «Esta es mi casa en ruinas», de Isaac F. Azofeifa” (2013), “Todo junto y simultáneo: Un análisis de la estructura de la novela El gato de sí mismo, de Uriel Quesada” (2014), “Hechos de un buen ciudadano”, de Claudia Hernández: la naturalización de «lo fantástico»” (2014), “El sujeto cultural colonizado en los cuentos «Un alma» y «El clavel», de Ricardo Fernandez Guardia” (2017), La representabilidad imposible: Un análisis sociocrítico de Cuentos ticos, de Ricardo Fernández Guardia (2018) y “La aniquilación del «otro»: Violencia, homosexualidad y sida en la novela Paisaje con tumbas pintadas en rosa (1998), de José Ricardo Chaves (Costa Rica)” (2019).
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